Un encuentro inesperado


Por Florencia Villar

Era un día de mucho calor, en pleno diciembre. Yo había ido al Rosedal de Palermo a andar en rollers como suele ser costumbre en mis tardes de verano. Tenía mucha sed luego de entrenar y me sentía un poco mareada. Por eso decidí sacarme los patines y caminar por entre los bosques para protegerme un poco del sol radiante, con destino a la parada del bondi que me llevaría a casa. 

En eso estaba cuando empecé a percibir que la atmósfera se hacía aún más calurosa aún, si cabía la posibilidad. Mi mente comenzó a embotarse y mi visión se tornó blanca y difusa. Cuando estaba a punto de desmayarme y caer al piso, alguien me sostuvo ágilmente y me sentó con suavidad en el pasto. Me dio un sorbo de agua. Cuando me recuperé un poco y lo miré a los ojos, me sorprendió tener enfrente a un hombre que parecía sacado de una publicidad de alguna marca de ropa de esas en las que solo figuran modelos esculpidos por el mismísimo Dios. Era tan hermoso que tartamudeé cuando quise agradecerle por su amabilidad. 

-Gracias por evitar posibles lesiones y hospitalización- le dije intentando parecer graciosa. Cuando me pongo nerviosa recurro al chiste para enmascarar mis sentimientos. 

-No te preocupes, fue un placer- me contestó sumando a esa cara celestial una voz que parecía salida de un programa de radio. 

-Quisiera retribuirte tu amabilidad de alguna manera- respondí media perdida en esos ojos celestes como mar del caribe. 

-Existe una forma perfecta de devolverme el favor. Mi nombre es Samael y soy un enviado del cielo. Mi trabajo consiste en mantener el equilibrio constante entre el bien y el mal. Me dedico a cumplir los deseos de las personas, pero requiero algo a cambio. Vos me vas a decir qué es lo que más desearías en este mundo y yo te lo voy a brindar, y al mismo tiempo me vas a tener que decir qué me darías a cambio por obtenerlo. Si no es algo que realmente te duela, no va a funcionar, así que pensalo bien-.

Medité profundamente esta oferta que estaba recibiendo. No todos los días una se topa con un ángel caído del cielo quien le ofrece cumplirle el sueño de su vida. Pero tampoco es fácil dar algo a cambio que realmente nos importe. Hasta que al final me decidí.

-Excelente, ya sé lo que te voy a pedir y lo que te voy a dar. Lo que más deseo desde que soy chica es conocer al amor de mi vida y formar una familia con él. Ser felices para siempre. A cambio te voy a dar lo siguiente: podés elegir a cualquiera de mis amigos y mandarlo a vivir al extranjero y yo nunca más voy a tener contacto con él o ella-. 

Me resigné a hacer este trato pensando que de todas formas cada uno hace su camino y que esto es parte del propio crecimiento natural.

Samael pareció pensarlo un poco pero automáticamente se le iluminó la cara y me contestó.

-Deseo concedido. Se hará efectivo cuando menos te lo esperes-.

Pasaron los días y todo siguió su curso. Mantuve mis tardes de patinaje, sin volver a encontrarme jamás con este hombre. Empecé a pensar que podría haberme cruzado con un mentiroso, de esos que te ilusionan y luego desaparecen sin dejar rastros. 

Hasta que un día todo cambió. Al volver del trabajo salí a tomar unos tragos con mis amigas y el novio de una de ellas la pasó a buscar con un amigo suyo que estaba soltero. Me enamoré al primer instante. Así comenzó nuestra historia de amor. Luego de unos meses, esta amiga mía tan íntima me comunicó que se mudaría a España y que no planeaba volver. El contrato se estaba cumpliendo al pie de la letra. 

Los días se convirtieron en años y mi novio, Gabriel, se transformó en mi marido. Hicimos una boda que quedó grabada en nuestra memoria. Tuvimos cuatro hijos preciosos. Jamás hubo una pelea fuerte entre nosotros. Vivimos una vida que pareció un cuento de hadas. 

Nunca más volví a ver a Fátima, mi amiga. ¡La extrañaba tanto! Desde el momento en el cual se fue, no pudimos volver a hablar. Parece curioso, ya que hoy en día abundan las redes sociales, pero ella es una persona muy solitaria y no estaba interesada en mantener contacto con quienes había dejado atrás. Se fue dispuesta a comenzar una nueva vida. Yo necesitaba fuertemente su consejo en cada paso que daba, me hubiera encantado que se convirtiera en la madrina de alguno de mis hijos… Toda mi vida cargué con el peso en mi conciencia de pensar qué hubiera pasado si jamás me hubiera cruzado a Samael, ya que me concedió mucha felicidad, pero teñida de una tristeza de fondo que persistió durante mi juventud y mi vejez. Inclusive la necesité en mi cumpleaños de 80, ya que cuando éramos jóvenes soñábamos con llegar a esa edad y pensábamos que íbamos a estar impecables, muy arregladas, contando anécdotas de nuestros años compartidos. 

Una tarde de marzo como cualquier otra, luego de dormir una siesta reparadora, me desperté sobresaltada. Me encontré tirada sobre un piso de cemento muy duro y caliente, con varios raspones en los codos y en las rodillas. Sentí mucho calor. Estaba transpirada y me notaba afiebrada. Me incorporé con dificultad y entonces descubrí que ya no tenía arrugas ni tampoco las marcas típicas de la vejez. Era una joven de 25 años, la misma que hacía tanto tiempo había firmado ese pacto con el Diablo. En eso me di cuenta que había una señora mirándome. 

-¿Nena, estás bien?– me preguntó preocupada–Creo que te desmayaste–continuó–Vengo caminando desde allá lejos y te vi tirada en el piso, me parece que estuviste así durante por lo menos cinco minutos-.

Fue en ese momento cuando comprendí que ninguna parte de esa vida de ensueño había sido real. Acto seguido sentí un alivio enorme al darme cuenta que podría llamar a Fátima y contarle riendo lo que había ocurrido y cómo la había extrañado. Valoré profundamente su presencia cercana. Tuve un momento de felicidad como nunca antes había tenido.

Puede que nunca conozca a mi amor eterno, pero ese día comprendí que los amigos de verdad son fundamentales en la vida y no se cambian por nada.


Este texto surgió de los Talleres de escritura creativa de Wacho.

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