Un día del resto de mi vida


Alguien copió en un grupo sobre psicología al cual pertenezco y no conozco a nadie, estas palabras de una chica que ni siquiera es parte del mismo.

“Estas son mis últimas líneas antes de que me vaya. Sí, me voy y para siempre, esta noche. Mi cuerpo y mi mente llegaron hasta acá. Es la sociedad la que me empujó a suicidarme, yo hice lo que pude pero hasta acá llegué. El que quiera verme por última vez que venga, pero no creo que nadie quiera. Chau a todos.”

Así es la vida pensé. Así es la muerte, y así son los tiempos que corren: un mensaje de una tal Sandra lunar del sol aparecía en mi celular diciendo que se iba a matar. Yo estaba en el 39 volviendo de laburar y no tenía nada mejor que hacer. Entonces me puse a mirar su perfil, sus fotos, sus mensajes anteriores. Su cara parecía haberse ido entristeciendo y apagando con los años. Aunque era casi imperceptible. Supongo que esa idea me la formé después de leer el mensaje. Todos envejecemos y nos apagamos un poco. Pero había algo en esos ojos, en esa forma de mirar que parecía atravesar la pantalla y pedir ayuda sin querer. Había algo en esos grandes ojos oscuros que nada tenían que ver con el resto de la imagen. Aún en aquellas que aparentaban felicidad.

La que más me llamó la atención era una de un cumpleaños. Así decía el pie de la foto. Cumple de Adri, bar de los condenados. La única condenada ahí parecía ser Sandra. Todos miraban la cámara con unas sonrisas llenas y exageradas. Ella no. Ella tenía la mirada puesta en una chica castaña de nariz pequeña que estaba sentada sobre un chico corpulento a la derecha. La miraba con tristeza, y sobre todo con deseo. Sandra no estaba sentada arriba de nadie. Tenía en una mano un porro o un cigarrillo armado, y en la otra un vaso de plástico con un resto de birra. Se podía oler la tibieza de esa cerveza aguada.

Cuando se me agotaron las fotos disponibles, me puse a leer los comentarios de aquella sentencia a muerte. Primero los que estaban en este grupo tan poco selecto del que soy parte y no sé porque. La mayoría de ellos, intentos estúpidos de meter la teoría freudiana, o cognitiva, o existencialista dentro de una red social, mezclada con un falso interés sobre la vida de Sandra. “Es evidente el anclaje en una posición depresiva de la niñez producto de una falencia materna en sus primeros meses de vida. Pobre chica, necesita una teta. Lo digo en todo sentido”. Ese quizás fue el más extraño, y el que me hubiera hecho escupir el café, si hubiera estado tomando café. Pero como les dije, todavía estaba en el 39, y con mucho tráfico. Lo leí otra vez, palabra por palabra, dándole a cada una la importancia que merecía. Cuando llegué a la parte de  “necesita una teta”, algo me llevó directamente a aquella foto del cumple de Adri, y a aquella chica castaña con tetas normales debajo de una remera verde. Empecé a pensar que Sandra, además de una teta, necesitaba un abrazo, una palabra, y por sobre todas las cosas, una mirada.

Después fui directamente a la publicación de ella y a leer los comentarios de los que supuestamente eran sus “amigos”.  Lo que primero me sorprendió era que a algunas personas les había gustado la publicación y lo hacían saber con el pulgar arriba. Lo segundo fue que casi todos los comentarios eran vacíos. Frases hechas, palabras de un aliento berreta, carteles cursis con animalitos y corazones y hasta un Padre nuestro entero. Un tal Sergio le decía que le habían hackeado la cuenta, y que con eso no se jode. Pensé en comentar yo también. Comentar los comentarios insensibles, pero alguien me ganó de mano y fue mucho más al grano y mejor. “¿Ustedes creen que ella necesita perritos diciendo que la aman o Ave Marías? Si realmente la quieren vayan a verla y denle un abrazo”. La que firmaba el reto era Greta Galindez. Le dí un “Me gusta” y guardé el teléfono porque casi me paso de la parada de mi casa.

Bajé y la noche estaba como casi siempre. La gente caminaba de acá para allá, algunos se reían, otros iban serios, o apurados, o con bolsas en la mano y padeciendo. Yo me desvíe media cuadra para ir a comprar algo de comida. Agarré unos panes, pedí un poco de jamón y de queso, y me llevé un par de latas de cerveza. Cómo era temprano dejé las cosas en la cocina, una lata en la heladera, y la otra me la llevé a ver televisión. Después de pasar dos vueltas por todos los canales y no encontrar nada interesante, agarré el celular y le mande un mensaje de voz al Cholo para ver si se quería venir a comer. Además, en el mismo mensaje le conté lo de Sandra lunar. Me respondió que estaba cansado y me preguntó más sobre esta chica. Le conté toda la secuencia que leí en el bondi, y terminé con el comentario de Greta. El Cholo no pareció muy interesado en seguir hablando de esto y como me empezó a hablar de fútbol, yo dejé de responderle. No podía dejar de pensar en Sandra. ¿Seguía viva? ¿O ya había decidido terminar con todo esto? ¿Habrá ido alguien a abrazarla, o simplemente a despedirla? ¿Dónde estaba su familia? ¿Dónde estaban “los condenados” amigos de Adri, y la chica castaña de tetas verdes? Quería hablar sobre esto así que pensé que lo mejor era hacerlo con alguien interesado en el tema y tan ajeno como yo.

  • Hola Greta, ¿Cómo andás? Mirá, soy Lucas. No nos conocemos pero leí el comentario que pusiste en la publicación de Sandra Lunar. Me pareció el único coherente.
  • Sí, que se yo, no podía creer lo que le ponían. La piba estaba pidiendo ayuda y parecía que a todos les chupaba un huevo.
  • Totalmente, pobre mina.
  • Sí. Bueno te dejo que estoy en una clase.
  • Ah, perdón. Dale suerte.
  • Dale
  • Che, perdón que siga jodiendo pero pensé en escribirle a esta mina y pasar a verla, ni idea, a tomar una birra, o cualquier cosa.

No me contestó el último. Tampoco lo vio y eso me alivió un poco. De todas maneras yo no podía dejar de pensar en Sandra. Volví a mirar su perfil, las fotos, sus gustos, su manera de vestir y de mirar. Y cuando estuve a punto de terminar la segunda lata me decidí a escribirle.

  • Hola Sandra, ¿estás?

Tardó exactamente once minutos en responder, y en ese lapso creí que ya había tomado la decisión, y que yo le estaba escribiendo a alguien que ya no formaba parte de este mundo. Sentí algo muy raro cuando vi su mensaje. Como si hubiera resucitado de alguna manera.

  • ¿Quién sos?
  • Llegué a vos por algo que me apareció en Facebook. Algo que pusiste vos.
  • Ah, ¿Y qué querés?
  • No sé. Saber si estabas bien.
  • ¿Y por qué te interesa saber cómo estoy si no me conocés?
  • No tengo idea la verdad, simplemente me interesó y como estoy acá solo en casa, me pintó escribirte.
  • Mira vos.
  • Bueno, pero si te molesta no te jodo más.
  • Hace lo que vos quieras.
  • ¿Pero estás bien?
  • ¿Leíste lo que puse?
  • Varias veces.
  • ¿Y me preguntás si estoy bien?
  • Perdón Sandra, lo que pasa es que estoy medio nervioso. No sé que decir.
  • No tenés que decir nada.
  • Tenés razón. Bueno che, te dejo que sigas en lo tuyo. Perdón la molestia.

Dejé el celular en el sillón y me fui a preparar el sándwich. Me acordé que me había tomado las dos cervezas, y no tenía ganas de pasarlo con agua. Entonces agarré un poco de coca que quedaba y lo mezclé con el culo de fernet que nos había sobrado del sábado con el Cholo y Andy. Tenía poco gas y estaba un poco fuerte, pero poco me importó cuando escuché que un nuevo mensaje me había llegado. Corrí hasta el sillón, agarré el teléfono y vi que era Sandra la que escribía.

  • ¿Qué estás haciendo?
  • ¿Ahora? Por comer un sándwich y tomando un fernet.
  • Mirá, te cabe el fernet para comer.
  • En realidad me había comprado un par de birras pero las tomé antes.
  • Ah, te gusta escabear por lo que se ve.
  • Es jueves, y tuve un día largo de laburo.
  • Todo bien, no me tenés que explicar nada. Además a mi también me gusta.
  • ¿Y qué preferís? ¿Birra o fernet?
  • Depende el momento. Ahora estoy más para una birra.
  • Yo también. Además está horrible este fernet. ¿Estás para ir a tomar una birra? Sin compromiso eh.
  • No sé la verdad, no estoy con muchas ganas.
  • Una sola.
  • Es que no tenía pensado salir. Tenía otros planes.
  • No salgas, yo voy para allá. ¿Por dónde vivís? Decime que en Capital.
  • Villa Crespo.
  • Buenísimo. Yo estoy por Palermo así que me queda cerca. Si querés te paso a buscar o nos encontramos en algún lugar, nos tomamos una birra y después cada uno a lo suyo.
  • Bueno dale, si querés andá para la esquina de Padilla y Acevedo. Cuando llegues avisame y bajo.
  • Genial, en cinco salgo. No me falles.
  • ¿Lo decís por lo qué publiqué hoy más temprano?
  • No, no, lo decía por decir.
  • Quedate tranquilo, la noche es larga.

Dentro de lo que se podía estar en una situación así, estaba bastante tranquilo hasta que dijo eso último de “la noche es larga”. ¿Qué quiso decir? ¿Pensaba suicidarse después de la cerveza conmigo? ¿Yo iba a ser el último que la viera con vida? Me empecé a poner muy nervioso, no sabía si ir o no, si contarle al Cholo para que me haga la segunda, si volver a hablarle a Greta. No sabía qué hacer. Me quedé unos minutos en pausa, parado al lado del sillón con los ojos perdidos. Como si Sandra me hubiera absorbido la mirada.

Unas sirenas me sacaron del letargo, y casi sin pensarlo me terminé de vestir, agarré guita, las llaves y me fui. Me convencía mientras iba hasta la parada del colectivo que lo mejor era ir. No quería cargar con la culpa de haberla dejado plantada justo esta noche.

Me bajé en Scalabrini Ortiz y Padilla, y caminé dos cuadras hasta el punto de encuentro. Mientras, le escribí que fuera bajando, que ya estaba por llegar.

Los primeros diez minutos esperé tranquilo, suponiendo que podía tardar, que quizás se estuviera arreglando un poco, o lo que fuera. No había visto mi último mensaje. Después de un rato sin noticas de ella, comencé a impacientarme. Miré mil veces el celular, caminé de acá para allá, puteé en voz baja, me agarré la cabeza. Debo haber levantado bastante el volumen porque una mano preocupada me alcanzó el hombro. Del susto que me pegué ni pude mirar a la persona.

  • Uh que bueno que llegaste.
  • ¿Perdón? ¿Estás bien?

Recién en ese momento me di cuenta de que esa persona, no solo no era Sandra, sino que ni siquiera era una mujer. De hecho, era un hombre bastante grande.

  • Disculpame, pensé que eras otra persona. Es que estoy esperando a alguien.
  • Yo trabajo acá, y te vi que estabas medio nervioso y quería saber si estabas bien.
  • Sí, todo bien. No te preocupes, gracias.
  • Bueno, cualquier cosa, estoy acá en el bar.
  • Bueno

Los nervios le fueron dando lugar a la resignación después de casi una hora de estar parado en esa equina. Era el momento de volver a casa y olvidarme de todo este asunto. Había hecho hasta donde pude, pensé primero. Después, me di cuenta que no había hecho nada y que tampoco había mucho por hacer. Tampoco sabía con certeza porque había ido hasta allí. Antes de ir para la parada de colectivo, entré en el bar del hombre y le pedí pasar al baño. Gentilmente me dejó sin decir nada. Haciendo una seña con esa gran mano que minutos antes había cazado mi hombro. Después, salí decidido a irme para casa, hasta que su voz me interceptó.

  • ¿Y pibe? ¿No apareció todavía?
  • No.
  • Qué se le va a hacer. A todos nos pasa.
  • Bueno, gracias por el baño. Chau.
  • ¿Te vas? ¿Por qué no te quedas un rato más? En una de esas, se arrepiente y aparece.
  • No creo que eso pase.
  • Un rato nomás. Vení, tomate una cerveza, invitación de la casa.

Me molestaba bastante que el tipo se metiera tanto. Qué carajo le importaba lo que me pasaba. Pero yo tampoco estaba tan decidido de volver a casa y olvidarme de esto. No iba a poder hacerlo, así que lo mejor era seguir esperando. Y lo mejor, sin dudas, era seguir esperando con una cerveza gratis y sentado. Cueste lo que cueste.

  • Dale, acá tenés. ¿Cómo te llamás?
  • Gracias.
  • Yo soy Rolando. Rolo. Mucho gusto.

Ahora pude sentir esa gran mano envolviendo la mía, casi al borde de partirme cada pequeño hueso de mis dedos.

  • Mucho gusto.

Rolando se fue a ordenar unas cosas y yo respiré y miré otra vez el teléfono. Había visto mi mensaje. Me levanté rápido y fui hasta la puerta a ver si estaba en la esquina. La calle estaba desierta. Quizás había ido y ya se había vuelto al no verme. Y todo culpa de Rolando, todo culpa mía. Entonces la llamé, pero me decía que no estaba disponible para realizar una llamada de voz. No estaba disponible. Un escalofrío me sacudió de repente. Le volví a escribir.

  • Mirá, estoy en un bar a unos metros de la esquina. El único abierto. Quizás justo bajaste y no me viste. Avisame por favor.

Fueron varias cervezas. Las que siguieron insistí en pagarlas pero tuve que hacerle caso a Rolando y dejar la billetera en mi bolsillo.

Salí del bar completamente borracho. Las persianas hacía rato ya estaban bajas y mis expectativas casi muertas. Las piernas me pesaban y se me doblaban. Yo sabía que el colectivo iba a tardar en llegar, entonces paré en un kiosco abierto de pasada. La única luz viva en toda la cuadra. Tenía plata suficiente así que le rogué que me diera una buena cerveza. La última de la noche. Al principio se negó, pero vio la tristeza en mi cara y no me la quiso cobrar. Fue la primera vez en mi vida que me habían regalado tantas birras, y yo no había podido disfrutarlas. Por el contrario, las padecí. Esta última la terminé arriba del bondi ya.

Miré el teléfono por última vez antes de caer rendido en la cama. Ningún mensaje nuevo. Lo apagué y lo puse lejos. Mañana era viernes, era otro día, y con la resaca a cuestas tenía que ir a trabajar, y después al cumpleaños del Sapo, y el sábado a jugar al fútbol, y el domingo al cine quizás, o descansar, y el lunes a trabajar, y así cada día de mi vida.

 

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