Por Luisa Sevilla
Quiero tatuarme en el culo tu nombre y decir mientras tanto que ya no pienso nunca en vos.
¿Lo extrañás? ¿Todavía pensás? ¿Lo superaste? ¿Te duele? ¿Cómo hacés? ¿Volverías? ¿Fue él o fuiste vos?
La gente se pone pesada con el tema de olvidarse de alguien o algo.
Son boludos; o psicópatas, o las dos cosas. Como si pensar en alguien que no pudo ser’ no fuese una forma extraña de sentirnos vivos; un ejercicio del alma. Como si el tiempo de los humanos aplicara a los asuntos del deseo y hubiese una línea de partida y otra de llegada. Soltamos o no soltamos, nos hundimos con el Titanic tocando el clarinete, hacemos lo que podemos y no queremos contestar preguntas. Tampoco queremos que la vara del éxito sea la inmortalidad de todas las cosas.
Son varios a los que se les va la vida pensando en todo eso que no les perteneció. Se dejan quemar por una llama recurrente, olvidando que el fuego adquiere formas distintas si tan solo lo dejamos ser en vez de querer atraparlo en estructuras obsoletas; como los encendedores de plástico naranjas o la monogamia. Si lo dejáramos mutar, hoy nos quemaría un nombre y mañana otro; y aunque pareciera ser la misma llama se trataría siempre de una distinta que quema, solamente, para dejar de quemar.
Qué pesadas pueden ser las metáforas. Mientras tanto, sigo teniendo ganas de tatuarme tu nombre en el culo, esta vez en italiano, para sonreír cuando alguien me pregunte si ya me olvidé de vos y yo le conteste que sí, que ya fue, que la vida es corta. Total ¿qué saben los boludos si los boludos no saben nada?
Quiero estar en el 60 camino a Tigre sentada sobre tu nombre – si tuve suerte y conseguí un asiento-. Si fuese verano, tu nombre ardería en mi nalga izquierda, protegido por un jean comprado en 12 cuotas. Quiero dar clases de inglés y hablar de Hanna Arendt con tu nombre tatuado en el culo. Quiero coger con alguien a quien ahora amo, tener una hija, darme de alta como monotributista y olvidarme de pagar, que me cacheen para entrar a un recital con tu nombre siendo amenazado por una tanga de encaje Lila.
Tu nombre tal vez mal escrito; tal vez ultrajado por un fileteado inspirado en el homenaje amatorio de algún colectivero, tal vez escrito en Comic Sans. Total el culo casi nunca se ve.
Es perverso y es hermoso lo que me pasa con lo que nos pasó. Me gusta desmembrar esta historia en partes diferentes, a las 3 de la mañana cuando no puedo dormir. Te conocí. No me gustaste. Pasó el tiempo. Te empecé a ver. Me dijiste algo, te contesté. Cogimos. Una – dos – tres. Nos gustamos más. Nos dimos la mano cruzando el puente. Te saqué una foto que no compartí con nadie. Te lastimé. Nos perdonamos. Nos despedimos, volví. Nos despedimos, volviste. Nos despedimos. WhatsApp, WhatsApp, WhatsApp.
Dolió como todo lo que pasa si uno está un poco despierto. Dolió en el ego y en esa parte de la vida que tiene que ver con no poder tenerlo todo ni estar en todos lados, en donde lo concreto determina hasta dónde se puede desear: de esta boleta de Edenor hasta esta otra de Fibertel. La carne, la presencia, la guita, un documento, la enfermedad, la poesía; limitaciones todas.
Lo asimilé como asimilo todo lo que alguna vez dolió, con la certeza de que alguna vez querría escribir al respecto y tendría algo interesante que decir. Lo asimilé tal vez demasiado rápido, demasiado liviano. Creo que no lo asimilé tanto.
Digerí nuestra Historia con gratitud por haber pasado tiempo juntos tirados en la cama y habernos mirado a los ojos mientras acabábamos. Me vi venir el final, el dolor, la prosa que ensalza el pasado. Te vi venir desde que no me gustaste: tu anillo, tu pelo, esa historia de tu adolescencia que me di cuenta que nunca habías contado antes. Te vi venir, nos fuimos; y me quedé con estas ganas de tatuarme tu nombre en el culo aunque ya estés muy lejos y los boludos no lo puedan ver.
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