En 1879 un tal Wundt creó el primer laboratorio de psicología científica donde empezó a abordar al ser humano desde sus comportamientos a partir de los diferentes estímulos. Años más tarde, sobre esta base, nació la corriente conductista de la psicología de la mano de John Watson. Una corriente que muchos creen arcaica y anacrónica pero que silenciosa o no, es parte de nuestra vida cotidiana, de nuestra educación y de la de nuestros hijos.
¿De qué se trata? A grandes rasgos se trata de manipular los comportamientos de las personas mediante estímulos y premios y/o castigos para generar una respuesta buscada de antemano. Una de las características principales de esta corriente es el condicionamiento operante, que es el proceso de aprendizaje por el cual una acción particular es seguida por algo deseable o por algo no deseable. Lo que lleva al hombre a repetir o no dicha acción según le convenga. En otras palabras, si hacés algo y te dan una galletita, seguramente quieras hacerlo otra vez. Si te dan una patada en el culo, mejor quedate quieto la próxima. De este modo, pareciera ser mucho más fácil poder controlar a las personas, mediante premios y castigos. Y claro, como el hombre no quiere ser castigado, probablemente con el paso del tiempo, llegaríamos a formar una raza obediente, exitosa y casi perfecta. Millones de perritos de Pavlov condicionados y babeando ante nuestros amos ¿Pero es tan así? ¿El condicionamiento nos asegura esto? ¿Acaso los hombres somos máquinas que responden siempre igual ante un estímulo? ¿Qué pasa cuando uno responde diferente? ¿Se lo aísla o se lo comprende? ¿Es un dios o un demonio?
El conductismo nació mucho antes de que Watson lo nombrara, incluso antes de que Wundt ponga su kiosquito. Existe desde que el hombre es hombre. Y sino, basta con hacer un poco de revisionismo cristiano y hablar por ejemplo del mito de Adán y Eva, momento fundacional del mundo para muchos. Vino Dios y le dijo a Adán: “La cosa es fácil, podés agarrar lo que se te cante, menos morfarte las manzanas de ese árbol”. ¿Por qué razón? La única que se me ocurre, es que Dios tenía una línea conductista. Pero como Adán era medio tonto, o rebelde, fue y le metió una mordida a la fruta impulsado por una serpiente que andaba dando vueltas por ahí. ¿Qué pasó entonces? Empezó el quilombo.
Las religiones son un sinfín de enseñanzas conductuales estereotipadas y condicionadas, pero no voy a culpar a los dioses de esto, cuando los verdaderos culpables somos nosotros, que muchas veces inventamos a los propios dioses para dominar a los hombres.
John Watson, uno de los padres del conductismo propiamente dicho, dijo una vez algo así como: “dame una docena de chicos sanos, y yo haré de ellos un abogado, un artista o incluso un ladrón”.
¿Frase polémica? Claro. ¿Frase que trasciende el tiempo? Claro que también. ¿O acaso una parte importante de la educación escolar no sigue basándose en despersonalizar al niño buscando que todos hagan y aprendan lo mismo de manera simultánea? Y Donde en muchos casos incluyen un mismo uniforme. ¿Y en los trabajos? Los objetivos para llegar a una bonificación, o las cruces cuando te equivocaste, independientemente si sos Juancito o Laurita. Ni hablar de los entrenamientos militares, de las cárceles, o los neuropsiquiátricos. Ahí buscarán quebrantar cualquier indicio de persona que haya. No sea cosa que se ponga a reflexionar. Pero nadie está exento de esto. Basta ver a nuestro alrededor, la infinita publicidad que lo que busca es que todos nos cortemos el pelo igual, que usemos la misma ropa, y que tomemos la misma gaseosa. Entonces yo me pregunto ¿Hay lugar para la subjetividad? ¿Puede acaso un soldado llorar y decir que no está preparado para la batalla? ¿Puede Galileo decir que la tierra se mueve y no ser condenado?
Una de las palabras favoritas que nos encanta poner como clave para una sociedad mejor y más justa es “educación”. La decimos, la soltamos sin siquiera pensar de que se trata, la usamos como un escudo ante la crítica, porque claro, nadie se animaría a rebatir a alguien que piensa que la educación es la base de cualquier sociedad. Ahora bien, ¿Es la educación de hoy en día la que permite a cada uno expresarse con sus virtudes y falencias? ¿O tan solo es una herramienta funcional a un mundo que busca que todos seamos iguales en un modelo fácil de controlar?
Albert Einstein decía que la educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela. Es que Alberto no la pasaba muy bien en clase. Sus maestros decían que era lento y que tardaba mucho en responder. ¿Saben por qué? Porque al parecer le gustaba reflexionar. Pero no hace falta ser unos genios como Einstein para darnos cuentas de los problemas de la educación que parecen no haber cambiado y que siguen un modelo conductista. Sí, un modelo arcaico que se sigue basando en premios y castigos, donde lo que importa es la cruz, o la cara, y no el nombre que cada uno lleva en el guardapolvo, ni la historia detrás. Ojo, yo sé que no hay que poner a todas las escuelas en la misma bolsa, ni a todos los maestros. Hay nuevas corrientes educativas que se centran más en la persona y no tanto en la edad. Y también hay una gran cantidad de maestros por los cuales uno debería sacarse el sombrero. Pero en general, la corriente dominante sigue siendo la misma que hace 150 años. En aquel tiempo ya Sarmiento advertía que todos los problemas eran de educación. Y tenía razón, mirá sino que hasta está impregnado en nuestro lenguaje, día a día. “No seas maleducado” es probablemente una de las frases más dichas por los seres humanos. ¿Pero que significa realmente ser un mal educado? ¿Y sobre que contexto se dice?
Para muchos, el mal educado es el que no hace lo que se le pide, o el que se comporta diferente al resto y altera el orden común. El que desordena, el que rompe con la rutina. El mal educado es aquel niño que responde cuando cree que la otra persona, mayor, está equivocándose. Y el mal educado es mal visto, por sus compañeros, por sus mayores y lleva ese mote por donde vaya. ¿Y cómo hace para sacárselo? ¿Cómo se quita algo que él ni siquiera cree, que ni siquiera creó? ¿Existe acaso una buena y una mala educación?
Cuando estaba en la facultad leí una frase de Henry Thoreau que decía que si un hombre marcha diferente, probablemente es porque escuche un tambor diferente. Este escritor norteamericano del cual no leí más que esta magnífica frase me abrió la cabeza para siempre. Años después, ya recibido, he vuelto a las escuelas, pero esta vez a trabajar, como adulto, bien educado. Y es entonces cuando esa frase se resignificó, y viendo a los niños, y en ellos al niño que fui, entendí que existen tantos tambores como personas en este mundo. No es una tarea sencilla, pero hay que tratar de escuchar cada tambor, hay que escuchar que es lo que tiene para decir, que parte de esa música lleva su nombre, su identidad. Hace unos días se viralizó un video de un profesor de Carolina del norte que tiene un saludo personalizado para cada uno de sus alumnos. Eran pocos, es cierto, pero cada uno de esos chicos tiene un código que lleva su marca. En cada uno de esos saludos, están ellos y solo ellos. No me cabe duda que como este profesor, hay muchos en nuestro país, y en el mundo. Es de ellos que tenemos que contagiarnos.
No es una tarea sencilla, lo sé, pero no hay que forzar a las personas a entrar en un mundo controlable. Hay que entender que muchas veces, el (des)control es personal y necesario, y hace que Pedro sea Pedro; y es ese mismo (des)control el que hace de los niños, científicos, artistas, o lo que deseen; porque el deseo debe ser subjetivo, debe ser del niño, y por más que lo aplaquen, lo ordenen y lo pongan en una misma bolsa junto con el resto, el deseo siempre, pero siempre, es indestructible.
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