Tengo hambre. Me encantaría comer el sándwich de figazza con jamón y queso de la primaria o el pebete de salame del colegio al que me cambié a los 16.
Me aburro. Estaría muy piola jugar al dominó con mi abuelo. Me Corrijo. Quiero que él me gane una y otra vez para demostrarme que las fichas no están solo para hacer una filita y empujarlas. En el dominó hay que pensar. También quiero abrir la caja del Pictionary hecha mierda que está al lado de las cartas de mi tío y de los dados de mi abuela. Armar dos equipos de ocho compuestos por tres generaciones y arrancarse las orejas por ganar hasta que la mitad se vaya a dormir de mal humor y el resto descorche un vinito con festejos silenciosos.
Extraño el fútbol. Me muero por ir a la cancha con Manu. Juntarnos tres horas antes en casa. Sentarnos en la terraza. Empezar con cerveza y seguir con fernet. Armar la recortada con lo que sobró y sacar las dos latas que habíamos dejado en el freezer para matarlas en la caminata. Si jugáramos de visitante estaría en lo del Ruso. Guillote traería la carne y Ronaldo prendería el fuego. Él partido lo vería bastante puesto, quizás más de lo que quisiera, siempre parado y pidiendo calma en voz alta solo para relajarme a mí mismo. Sin dudas, en cualquiera de las dos situaciones lo que más extraño son los abrazos de gol.
Quiero escuchar música. Necesito al Polaco poniendo temones un martes a las once de la noche después de que Pabli haya ido corriendo al chino a comprar unas latas más. Todos sabemos que el miércoles va a ser duro, pero el DJ Pola es el DJ Pola, los bailes de Tomi son los bailes de Tomi y los mugidos del John son los mugidos del John. A su vez, añoro la calma del mate y el parlantito azul apoyado en la mesa de vidrio con cuatro personajes alrededor hablando de cualquier cosa pero sin perder de vista lo que está sonando. Que Chocho y el Gusano me cuenten lo mágico que fue haber visto a David Gilmour en vivo o que Rafita me explique que es lo qué le cautiva de El Cuarteto de Nos, mientras yo les comento porque el lado B de Abbey Road hay que escucharlo en silencio de principio a fin.
Sueño con coger con ella. Literalmente lo sueño más de tres veces por semana. En mi inconsciente somos más atrevidos y tenemos sexo en lugares públicos y con más personas. A alguna de las dos cosas se las voy a proponer pronto, pero lo que más extraño son sus besos que se pierden entre tanto alboroto.
Ahora me voy a tirar una siesta. Espero que sea uno de esos días en los que me encuentro con ella, pero esta vez voy a intentar que sea distinto. Voy a comprar unas birras y un fernet chico. Le voy a pedir que me banque un toque para pasar por lo de mi vieja a buscar el dominó de mi abuelo. Nos vamos a ir a mi casa y en la terraza con cerveza en mano le voy a enseñar a jugar como se debe, si es que el viejo me inspira desde arriba.
Al rato nos vamos a mudar al living para escuchar unos temas de los Beatles. Ella es más Sargent Pepper y yo más Abbey Road, pero seguramente terminemos en Revolver. Minutos después dos vasos metálicos con hielo y fernet van a chocar mientras arranca Im only sleeping y nos miramos a los ojos.
Seguro va a pintar el bajón y voy a armar altos sándwiches de salame y queso con mayoliva, mientras pongo un partido de la Bundesliga de fondo en mute. Y ahí, cuando esté masticando con un bordecito del salame afuera y un poco de mayo en el labio, me voy a acercar y apenas me sonría sabiendo que la voy a limpiar, le voy a estampar el mejor beso que le hayan dado, con gusto a fiambre y fernet.
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