Que ironía


Camino por la orilla. Fanático de que el mar me moje los pies.  Piso un caracol. Me lastima. Puteo. Me retracto. Es enorme y colorido. A mi vieja le encantan. Amor y odio. Lo levanto. No lo limpio. Lo guardo con cuidado.

Me siento en la arena. Está blanda. Hundo los pies. Qué lindo que es agarrar arena y apretarla hasta que se escurra una parte y el resto quede pegado en mi mano. Mi hermano odia la arena. Cómo me gustaría tenerlo sentado al lado mío disfrutando del horizonte y llenándose las uñas de mugre marina.

Veo un barcito. Tengo ganas de tomar algo. Camino lento con las ojotas en las manos. Voy buscando más caracoles. No los encuentro, a ella tampoco.

Me siento. Vuelvo a mirar al mar. Pido un fernet de litro en vaso de plástico con hielo hasta el borde. Quiero que el vientito en la cara me pegue distinto. Tomo la mitad. A mi viejo no le gusta el alcohol. Cómo me gustaría compartirle de este vaso transpirado y contarle lo que siento cuando miro las olas.

Me saco la remera. La dejo al lado de una familia que discute de política abajo de una sombrilla. Me meto al mar. Despacio. Está un poco picado pero intento hacer la plancha. Me entra mucha agua en los oídos. Me acuerdo del otorrino. De chico siempre tenía otitis. Mi vieja me llevaba al médico cada dos semanas. Mi viejo me compraba los remedios y me ponía las gotas después de que me operaron. Mi hermano, a pesar de sus dificultades para sociabilizar, hacía el esfuerzo de hablar lo más alto que podía para que yo pudiera escucharlo.

Hago la plancha de nuevo. Me entra más agua. Sonrío

 

Imagen por Pablo Vio

1 Comment

  1. María Pura Costas
    Responder

    Me encantó. Soy mamá de un chico como vos y amo los caracoles. Exitos

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *