En mi familia somos 4. Una única mujer, mi vieja.
A instancias de lo que la tele me quiso convencer, no crecí viendo a la mujer como el sexo débil. Mi ejemplo más vivo era una mina que desde que se levantaba hasta que se acostaba tenía tiempo para tres laburos, dos hijos, una madre enferma y un perro.
Además, la escuchaba hablar de política, cultura y viajes. Siempre con una mirada abierta. Sin miedo a decir su pensamiento y con mucho menos miedo a cambiarlo.
Y todo esto sin nunca perder la sensibilidad y el humor. Cada vez que estoy mal, es la primera en ponerme el hombro. Últimamente, cuando voy a su casa a comer, se le da por poner temas de Bruno Mars o Justin Timberlake para que los bailemos juntos en la cocina.
¡Si, encima tiene onda!
Hace poco, buscó una promoción en su trabajo. Ella labura desde los 15 y desde esa época siempre fue subiendo un escalón. Pese a tener una cantidad innumerable de pergaminos (becas y programas de estudio en el exterior, cursos dictados, directora de instituciones, etc), no alcanzó esa promoción, en su lugar quedó un hombre.
Capaz que ese hombre tiene sus méritos (aunque los que lo conocen lo dudan) o capaz que el caso de mi vieja es uno de los tantos casos en los que los prejuicios le ganan a la capacidad.
Y si no me crees, mirá estos números:
Según un relevamiento realizado por la consultora de Recursos Humanos Mercer, en la Argentina, menos del 30% de las mujeres acceden a cargos de alta dirección. Además, por un mismo puesto un hombre cobra hasta un 33% más que una mujer.
Este tipo de diferencias, trae consigo varios trastornos. Las mujeres que ganan menos que los hombres por el mismo puesto tienen un riesgo cuatro veces mayor de sufrir depresión y 2,4 veces mayor de sufrir trastornos de ansiedad. Esto informa un estudio de la Mailman School of Public Health (MSPH, Escuela Mailman de Salud Pública) de la Universidad de Columbia.
Viendo esto, puedo asegurar que no existe un sexo débil si no un sexo al que se quiere debilitar.
A veces escucho a amigos e incluso amigas decir que las limitaciones que las mujeres tienen en el mundo laboral no son culpa de los empleadores o el entorno, sino de la propia mujer.
“Una vez por mes se ponen histéricas.”
“Quedan embarazadas y largan todo.”
Cada vez que escucho ese tipo de acusaciones, busco ponerle cara al acusado y cuando hablan de mujeres yo siempre elijo a mi vieja. Ninguna acusación le entra.
No puedo evitar pensar en todo el potencial que tiene mi mamá y en las miles de mujeres que hay como ella y que el mundo se está perdiendo simplemente por pensar que lo cultural es natural.
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