Hoy tengo ganas de llorar y te extraño. No es la primera vez que me pasa, y tampoco creo que vaya a ser la última. Pero hoy la soledad me pegó un poco más fuerte que otros días. No tengo explicación, o quizás si, ese último mensaje tuyo que me decía que nunca más íbamos a hablar y que a partir de ahora yo soy parte de tu pasado me hizo mierda. Y no es que no quiera ser tu pasado, o por lo menos parte de él, pero el simple hecho de pensarme como un recuerdo efímero y que va a vivir solo en tu memoria, me desgarra.
Me acuerdo de esa última noche en Barcelona volviendo de ver a Messi meter tres goles, estábamos algo tristes por tener que dejar ese minúsculo departamento en Consell de Cent y Bailen. Mientras caminábamos las últimas horas por la ciudad y buscábamos un “paki” para comprar una birra, te hablé de lo injusto que es el tiempo y los recuerdos. De cómo en un segundo, todo eso que habíamos hecho nuestro, empezaba a desparecer y poco a poco iban quedando solo pequeñas anécdotas de nuestros meses en Barcelona. Te dije que sentía que el tiempo se iba acortando y que los segundos se me hacían cada vez más cortos. Todo, absolutamente todo, lo que habíamos vivido ahora eran solo recuerdos almacenados en alguna parte del cerebro que todavía a esta altura ni sé cómo se llama. Me respondiste que por suerte íbamos a poder recordarlos juntos y eso lo hacía más duradero. Tenías razón.
Ahora las imágenes empiezan a ser un poco más borrosas. Tienen menos nitidez y están bastante granuladas. Perdieron color, vida, detalles y momentos. Los cinco pisos en escalera hasta el ático me parecen el Everest. La Barceloneta está cada vez más sucia y en Gracia ya no se hacen fiestas en la calle. Los Mossos no dejan entrar gente a la Plaza del Sol y Tati ya no tatúa más en la ciudad. Los 100 Montaditos perdieron sabor y la tortilla del supermercado siempre sale seca. Ahora no hay vino que me regale la vista del “castillo” de Montjuic ni flores que devuelvan esa sonrisa.
En esos recuerdos si te veo. Te encuentro. Estás ahí, en blanco y negro. Perdida entre cañas, tapas y arena. Aparecés pero poco a poco la imagen se va desgastando. No hay paleta de colores que te distinga. Sos una más en la marea de gente que camina, va y viene por La Rambla.
Escribo esto porque es mí forma de descargarme, aunque no creo que esto lo vayas a leer o quizás sí. Y porque como te dije aquella vez, esto seguramente una vez que llegue a su punto final no va a ser más que un recuerdo. Uno que tal vez, tenga cuerpo y alma para revivir los colores, o que en una de esas haga más llevaderos los cinco pisos al ático. Y porque mientras te escribo me doy cuenta que nuestro amor fue Barcelona. No fui yo. No fuiste vos. Fue la ciudad la que nos enamoró a los dos. Por eso lo efímero. Por eso el presente. Por eso, ahora.
Nuestra Barcelona para siempre Pabli.