Un solo play me aleja del tedio, la rutina y de ese fresco otoñal de Buenos Aires. Un solo play con el botón izquierdo del mouse al triángulo titilante de Spotify que sobresale en la pantalla de la computadora de mi trabajo me lleva, sin querer, a un tobogán de nostalgia y recuerdos borrosos que deambulan como zombies en mi cabeza. De esos auriculares blancos gastados se escucha la voz de Nekro raspando con su voz I Do, uno de esos himnos de Boom Boom Kid que (en)marcaron mi adolescencia. Esa adolescencia perfumada de rebeldía, Nesquick y desamores sin razón.
Viajo por esas tardes donde me rateaba corriendo del colegio a la Bond Street o a la 5ta Avenida. De quedar boquiabierto con un escrache que algún desconocido se pintarrajea o de escarbar mis bolsillos buscando comprar un parche de una banda que no conozco, un pin o las tachas para ponerle a mi nueva campera de jean.
Paso las horas relojeando remeras que gritan Attaque 77 y mochilas negras que esperan ser “grafiteadas” con el Liquid Paper que guardo en la cartuchera del colegio. Me sumerjo por esas calles que me incitan al “desorden púber”; el de estrella de rock malograda e incipiente que sueña con tocar la guitarra en Obras o aunque sea saltar en un pogo en Speed King.
Tomo esos primeros tragos de cerveza callejera invitados por un amigo de mi hermano que intenta rebelarme contra un sistema del que poco conozco y mucho menos quiero saber. Lloro esos primeros desamores inventados en tinta china entre corazones, cartas y besos pegajosos llenos de Pico Dulce. Juego a la pelota en un patio pintado de rojo y hago mierda esos zapatos marrones que mi vieja me compró hace un mes en el Carrefour. Y pago dos pesos –¡sí, dos pesos!- por una pizza grasosa en el Uggi’s de la esquina de Callao y Lavalle.
Lloro por estar grande para coleccionar álbumes de figuritas del Mundial y aunque quisiera, se que nunca voy a poder conseguir esa última de Jay Jay Okocha que me falta para llenarlo. Me revuelco en el inodoro vomitando esas primeras fiestas de quince con gusto a licor de melón. Me conecto y me desconecto del Messenger dejando mensajes indirectos que creo que nunca le van a llegar a ella. Sí a ella, que me robó el primer suspiro adolescente y me dejó inmóvil esa vez que le declaré mi amor en frente de todos y nunca se enteró.
Y sigo recorriendo esas tardes de camisa afuera del pantalón, chicles pegados en el zapato y flequillo grasoso. Esperando, imaginando, y soñando que de una vez por todas se entere que fui yo el que por primera vez se le declaró. Y con esa nostalgia me pregunto dónde está. Qué pasó que no se enamoró de mí. Si creció, si vivió o si alguna vez lloró por amor…
Cierro los ojos, la voz de Nekro se aleja y la nostalgia adolescente vuelve a ser eso: un recuerdo en vano de tiempos donde nada importaba mucho y todo importaba tanto…
Que mundial de mierda!