Por Florencia Villar
Esa noche iba a salir con mi amiga Sol. Habíamos quedado en que yo la pasaría a buscar por la casa e iríamos a cenar, típica noche de chicas. Le pregunté qué planes tenía Mario, su marido, durante esas horas y me comentó que tenía que trabajar hasta tarde.
Tenía muchas ganas de verla, hacía mucho tiempo que no nos poníamos al día, así que salí puntual, me tomé el colectivo y me acerqué a su barrio. Cuando bajé, caminé algunas cuadras entre adoquines y negocios que estaban atendiendo a los últimos visitantes del día. En eso llegué a la casa y toqué timbre. Nadie atendió. Me pareció raro porque Sol me había escrito hacía 20 minutos diciéndome que ya estaba casi lista para salir, por lo cual pensé que automáticamente contestaría a mi primer llamado.
Toqué varias veces más pero no obtuve respuesta. Me preocupé un poco porque esa mañana me había comentado que se sentía un tanto mal del estómago, pero que estaba segura de que para la noche se le iba a pasar.
Pensando que quizás algo no estaba bien, me decidí a entrar en la casa para buscar alguna señal de mi amiga. Total, conozco la clave de acceso al edificio y también al departamento donde vive ella con su marido. Entonces entré, subí hasta el quinto piso y decidí ingresar en la vivienda sin preámbulos.
Me sorprendió escuchar ruidos muy alevosos y apasionados. Me pareció una falta de respeto que mi amiga me dijera que estaba lista para salir y tener que llegar y encontrármela en una película XXX con el marido, sin pensar en que yo estaba abajo esperando muerta de frío.
Cuando estaba a punto de salir y llamarla por teléfono, me llegó un whatsapp suyo que decía: “Amiga querida, terminé tan temprano de cambiarme que me vine al restaurant y ya te estoy esperando adentro”. Eso me llenó de intriga porque, si no era ella la persona que estaba en la cama con Mario, ¿entonces quién era?
Abrí sigilosamente la puerta de la habitación sin estar segura de querer saber la respuesta, porque después yo misma iba a tener que debatir con mi conciencia si le tenía que contar o no a ella sobre esta infidelidad. Entonces me llevé la sorpresa de mi vida. Ahí estaba Mario esposado y de rodillas, mientras que el mismísimo rockstar más famoso de la Argentina (y todos sabrán de quién hablo) estaba sobre él totalmente desnudo con un gesto de lujuria absoluta en su cara. La persona con quien yo misma había fantaseado desde que tenía 15 años, en una escena que me descolocó. Fue doble la sorpresa al caer en la cuenta de que no solo el marido de mi amiga la estaba engañando, sino que con alguien de su propio género. Yo estaba convencida de que ella no sabía nada de esto.
Me quedé petrificada en la puerta sin saber qué hacer. ¿Salgo corriendo y la llamo? ¿Interrumpo esta escenita para reclamar algo? ¿Con qué derecho? Se me vinieron a la cabeza un millón de preguntas mientras que el tiempo pasaba y Sol no tenía noticias mías, ya que nunca le había contestado el mensaje que me había enviado. En eso estaba cuando, horrorizada, percibí que ya no se oían ruidos ni voces. Cuando presté más atención hacia lo que se estaba desarrollando adentro del cuarto, descubrí que ambos tipos estaban mirándome. Lo más extraño es que no me miraban ni enojados, ni preocupados ni avergonzados, sino con entusiasmo y mucho deseo. Me sorprendí aún más cuando me encontré a mí misma pensando que era una situación mucho más interesante de la que jamás se me hubiera cruzado por la cabeza.
Entonces habló Mario. Me invitó a sumarme a la diversión. El rockstar estuvo totalmente de acuerdo. Estaban emocionadísimos. Y así fue como me sumergí en una aventura que no voy a olvidar nunca. Pasé la mejor noche de mi vida. Eso sí, le avisé a mi amiga que me esperara media hora en el restaurant porque iba a llegar con algo de demora.
Este texto surgió de los Talleres de escritura creativa de Wacho.
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