Por Santiago Machado
El sol y la luna, el día y la noche, la vida y la muerte, el mar y las montañas, el blanco y el negro, la alegría y la tristeza. Está más que comprobado que en este espacio que compartimos, todo tiene, por lo menos, dos caras. ¿Quién o qué me hizo pensar que siempre tenía que estar mostrando la buena?
Pensaba que la tristeza había que guardarla, que la angustia tenía que ser solo mía, que lo que me quemaba en el pecho y me hacía doler la panza tenía que ocultarlo. Pensaba que era signo de debilidad, que tenía que mostrarme fuerte y feliz siempre. ¿Para qué? ¿Para quién?
Ahora estoy redescubriéndome, estoy en una etapa de repensarme constantemente, de preguntarme dónde voy, qué es lo que quiero hacer, quién quiero ser.
Esta vez no solo lo pienso, sino que también lo comunico para que los que están cerquita mío sepan lo que me está pasando y puedan ayudarme a responder las preguntas que tanto me hago.
Entendí que, si no hablo, los otros no se enteran. ¿Deberían darse cuenta? ¿Por qué?
Esa responsabilidad es mía: mostrarme genuino, auténtico, vulnerable. Si siempre estoy fuerte y sonriendo, tal vez, la gente que me rodea piense que nunca me pasa nada. Lo escribo para leerme y lo leo en voz alta para escucharme, así me lo grabo y lo llevo a la práctica.
Mostrarse mal, está bien. Pedir ayuda, está bien. Querer que me cuiden, también.
Este texto surgió de los Talleres de escritura creativa de Revista Wacho.
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