Mi cuerpo me da vergüenza


Por Thiago

De chico mi cuerpo no me gustaba. Crecí pensando que tenía un cuerpo anormal para un varón. Era petiso, flaquito, no tenía fuerza y estaba lleno de pelos. Muy parecido a mi cuerpo actual. 

Aunque en el colegio nunca sufrí acoso o bullying había pequeñas cosas que constantemente me hacían sentir mal. Por ejemplo, en las clases de educación física siempre me elegían último, no importaba el deporte o la actividad. En primaria, los profesores me formaban primero porque decían que era la única forma de verme. En los actos escolares siempre me daban los papeles secundarios argumentando que mi cuerpo no se parecía al de un prócer nacional.

En los primeros años de secundaria, mis compañeros empezaron a apodarme Frodo o David el Gnomo (si no sabés de qué te hablo googlealo, te vas a estallar). Sé que  no lo hacían con maldad, todos teníamos un apodo y yo también se los decía al resto, pero sin dudas ayudaron a erosionar la imagen de mi propio cuerpo.

Cuando empecé a relacionarme con chicas la inseguridad aumentó. Aunque siempre fuí simpático y muy entrador, me sentía incapaz de poder seducir. 

Cada vez que iba a una fiesta prefería bailar solo o en grupo. También, empecé el gimnasio creyendo que así iba a ganar más masa muscular e incluso crecer en altura. Nada de eso pasó. De hecho, empecé a quemar la poca grasa que tenía y me volví aún más flaco.

En la ropa busqué un aliado. Los borcegos me agregaron unos centímetros mentirosos y las camisas ajustadas hacían que mi pecho se viera más imponente. 

En la comodidad del disfraz ganaba confianza, pero la perdía cada vez que llegaba a casa y me desnudaba.

Para evitar sentirme así, busqué relacionarme sexualmente con mujeres que tuvieran un físico más chico que el mío. 

¿Les doy un consejo? Elegir una pareja para sentirte bien con tu propio físico es una estupidez total. Imposible que pueda funcionar.

De todas formas, esto lo digo hoy. Durante años mi inseguridad me hizo tomar pésimas decisiones. 

Cuando la pandemia empezó y la posibilidad de ir a bares o boliches se cortó, me bajé Tinder para poder tener citas.

Mi inseguridad era tal que, cuando las charlas avanzaban, le preguntaba a la otra persona cuánto medía. No lo hacía únicamente para saber cómo era su cuerpo, sino para poder anticipar mi propia información.

Asumía de antemano que tenía que dar explicaciones sobre mi estatura, como si el simple hecho de ser petiso fuera algo a tener en cuenta antes de salir con alguien. 

Igual, mi percepción no siempre fue errada. Una piba me dejó de hablar apenas le dije mis medidas y otra me respondió “ah, sos muy petiso para ser varón”.

En diciembre hice match con una chica que por sus fotos podía darme cuenta que era bastante alta. Pegamos buena onda de entrada y al poco tiempo me invitó a salir. Le dije que sí. 

El día de la cita dudé mucho en ir. Me daba miedo que apenas me viera se diera cuenta que físicamente no le gustaba. Estuve a punto de cancelar, pero algo me iluminó y me dijo: no podés ser tan cagón.

Fuí.

Quise adelantarme y llegar antes para que me encontrase sentado en la mesa y tardara un buen tiempo hasta verme parado. Me salió mal, llegó diez minutos antes que yo.

Mis borcegos no pudieron evitar que la diferencia de altura se hiciera notar. Ella me llevaba 10 centímetros. 

Me senté pensando: esto va a durar una birra y nada más. Para mi sorpresa, después de la primera pidió otra, otra y otra más.

De esa noche pasaron varios meses. Hoy es mi novia y mientras escribo esto no puedo evitar pensar que estúpido hubiera sido si me perdía de esta relación por una inseguridad tan absurda como el miedo a mi propio cuerpo.

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