Mi abuelo no la dejó a mi vieja estudiar Derecho porque decía que “era una carrera de hombres”. Un siglo antes, en una sociedad cien años más inmadura, Maria Salomea Skłodowska (de ahora en más “Marie Curie” y promesa de no volver a incluir nombres polacos) se encontró con otro tipo de dificultades para estudiar. Calculo que para ella enfrentar a su padre hubiese sido un juego de niñes.
Marie llegó a este mundo, más precisamente a Varsovia, el 7 de noviembre de 1867. En ese entonces, la capital polaca pertenecía al Imperio Ruso, que le había puesto el nombre de Zarato de Polonia. El gobierno zarista tenía gran interés por exterminar a los polacos y quedarse con su territorio por dos motivos: en primer lugar, por su ubicación estratégica cerca de las potencias europeas y, en segundo, porque los odiaban, un poco por su estrecha relación con el antiguo ocupador (Napoleón) y otro poco porque los consideraban inferiores. Para esto habían prohibido la enseñanza de su idioma y cerrado la mayoría de las universidades, dejando solamente que se dicten contenidos en lengua rusa. ¿Las mujeres? Tenían prohibido todo tipo de educación superior.
Pocos años antes, en el 63, el gobierno sofocó violentamente un levantamiento libertador de sus habitantes que habían invertido allí todas sus fuerzas y recursos económicos. Entre estos se encontraba la familia de nuestra protagonista, que sufría las consecuencias de su actitud subversiva con rebajas en sus derechos principalmente laborales. Una buena entre tantas pálidas (solo para Marie y en todo caso para la humanidad), fue que habían prohibido la instrucción en ciencias en escuelas públicas y el padre de ella, que era profesor de Física y Matemática, había llevado a su casa todos los equipos de laboratorio. Así, a falta de juguetes, los cinco hermanos se divertían con estas herramientas y así la más pequeña tendría su primera aproximación a un mundo que años después se inclinaría a sus pies.
Hubo otros dos eventos que marcaron la infancia de la niña genia. Antes de cumplir los diez perdió primero a su hermana Zofia por un tifus y luego a su madre de tuberculosis. Con la muerte de esta última, maestra, pianista y devota católica, la religión se terminó para Marie y se generó un quiebre en su personalidad que la llevaría a abandonar el dogmatismo de la fe para abrazar el pragmatismo que siempre marcó su carrera personal. Otra dolorosa cicatriz para ella y otra moneda que cayó del lado de la humanidad.
Cuando digo dificultades y cuando hablo de pragmatismo me refiero, entre otras cosas, a terminar la secundaria a los quince años y empezar una carrera semi-autodidacta contra viento y marea. Estudió primero en la Universidad “Flotante” de Varsovia, una institución patriótica clandestina que iba cambiando de lugares y profesores para sortear la mirada vigilante del gobierno ruso (ya que se enseñaba en idioma polaco y podían asistir mujeres). Más tarde, siguió su preparación por sus propios medios con libros y laboratorios prestados, como el de su primo, un importante científico que había trabajado antes con un tal Dimitri Mendeleiev, famoso por descubrir el patrón de los elementos que hoy conocemos como la tabla periódica. Todo esto mientras trabajaba como institutriz para juntar la guita necesaria para estudiar en una universidad tradicional de París en la que no hubiese más hazañas que sacarse buenas notas y desafiar abuelos machistas.
Durante sus tutorías, Marie sufrió su primer desencuentro amoroso. Trabajando en la casa de unos familiares de su padre, se enamoró de uno de sus alumnos con el que quiso casarse. Pero los padres de él se opusieron a juntar a su hijo con una pariente pobre. Una joven insignificante, que hoy por hoy es la mujer más revolucionaria de la ciencia. Y a él lo llamamos “él” tres veces, porque no pude encontrar su nombre en internet o como diría El Diego porque “tiene que presentar el documento en su casa”.
Nadando hasta la orilla, con 24 años Marie llegó a París en 1891 para estudiar en la Sorbona. En tres años consiguió la licenciatura en física primero, con el mejor promedio, y en matemática después. Hasta que fue becada, trabajó como maestra particular de noche para poder mantenerse y, a veces, hasta se ahorraba las comidas.
Inmediatamente después, Marie empezó su carrera científica y en ese mismo año conoció a su futuro marido Pierre Curie. Se hicieron grandes amigos y antes de que llegaran a enamorarse, él le propuso matrimonio. Ella lo rechazó, inicialmente, explicando que tenía intenciones de regresar a Polonia para continuar ahí su carrera. Él la entendió.
Marie volvió, pero tras no conseguir un trabajo que se corresponda con sus capacidades, cedió ante la insistencia de Pierre y emprendió viaje nuevamente a París para empezar ahí su doctorado. Más tarde se terminarían casando, en una boda sencilla en la que Marie lució un vestido azul oscuro, que usaba para trabajar en el laboratorio.
Acá vino la etapa en la que se acostumbró a ser “la primera en” o “la única que” y la parte en que no puedo dejar de repetir y repetir palabras. Ya era particular para una mujer licenciarse, mucho más obtener un doctorado Cum laude, pero Marie se convirtió en la primer mujer en ganar un premio Nobel, la primera persona en ganar dos (la única mujer y la única en ciencias) y la primera mujer en ser profesora y dirigir un laboratorio en la Sorbona.
La quisieron privar de los dos Nobel. El primero de Física, se lo querían dar solamente a Henri Becquerel y a su marido Pierre, pero este último se rehusó a recibir el premio sin su señora, que había sido la que pensó y comenzó con el proyecto en su doctorado. Lamentablemente, el pobre hombre con el que tuvo dos hijas murió tres años después atropellado por una carreta de caballos en un trágico día de lluvia. No era la primera vez que a Marie la vida le arrancaba un amor, tampoco un ser querido. El segundo, no se lo quisieron dar porque protagonizó un escándalo mediático con el que a Rial, hoy en día, se le caería la baba. La ahora viuda tuvo una aventura con un científico casado y más joven, que fue descubierto por su esposa. Hasta eso les arrebato, porque en ese entonces meter cuernos si que era “una carrera de hombres”. Aunque lo pensaron, por suerte los jurados del Nobel no fueron lo suficientemente hipócritas como para negarle el premio por eso. Tampoco se iban a pisar las sábanas entre fantasmas.
Hizo grandes aportes al entendimiento de la radiactividad, a tal punto de ser ella quien acuñó este término y llevar el nombre de una de sus unidades de medida, el “Curie”. Desafió el concepto del átomo indivisible, que hasta ese momento era una realidad absoluta y descubrió dos nuevos elementos más radiactivos que el Uranio (los llamó “Polonio”, por obvias razones, y “Radio”). Sembró las bases de la radiología (técnica ampliamente utilizada aún hoy en día en el tratamiento del cáncer), de muchísimas técnicas de diagnóstico y de formas de obtención de energía limpia. Jamás patentó un invento ni cobró por estos un centavo que no fuese financiación de proyectos y terminó su vida de una manera tan austera como la había empezado.
Durante la Primera Guerra Mundial, cambió el vestido azul de científica por el traje blanco de enfermera y se lo arremangó hasta los codos. Ideó, diseñó y hasta manejó unas “ambulancias radiográficas”, que se llevaban al frente de batalla para obtener radiografías de los heridos que los cirujanos de guerra utilizaban para las intervenciones quirúrgicas. Se convirtió en la directora del Servicio de Radiología de la Cruz Roja francesa, creó el primer centro de radiología militar de Francia y bueno… fue la primera y la única en muchas más cosas de estas. El trabajo en estas unidades, tanto como el manipuleo de los elementos radiactivos en el laboratorio (no se conocía todavía su efecto cancerígeno), desataron la enfermedad que la llevaría a la muerte.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Por eso, para entender la importancia de esta mina es muy gráfico ver la foto del Congreso de Solvay de 1929, considerada la imagen más icónica de la historia de la ciencia. Esta conferencia reunió a los 29 científiques más importantes del mundo con el objeto de resolver los quilombos conceptuales que surgieron del descubrimiento de la física cuántica. ¿Adivinen por que tuve que poner esa “e”?… ¿Quién fue la única?… dejo una foto para que la encuentren, está bien camuflada.
Marie murió en 1934 de anemia aplásica y el eco de su rebeldía todavía resuena en universidades y laboratorios. A tal punto que tantos años después sigue acumulando increíbles logros, esta vez, protagonizar un homenaje del día de la mujer en ciencias para la prestigiosa revista Wacho.
Congreso de Solvay, Bélgica, 1929.
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