Una pequeña mala decisión


-Bueno muchachos, yo me voy-

-¿A dónde?-

-A dormir, mañana me levanto temprano para ir a laburar-

-Nahhh, dejate de joder, terminamos las birras y vamos-

-No boludo, sino mañana estoy re zombie todo el día, y acabo de entrar a este lugar, tengo que hacer buena letra todavía-

– Dale papá es re temprano, son las doce de la noche-

– Si ya se bobo, pero entro a las 7 de la mañana, me tengo que levantar como a las 5 y media –

– Si déjenlo, hagamos esto Migue, bancame que me fumo un pucho y vamos –

– Bueno, dale, voy a mear y vengo-

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Cinco y media de la madrugada. Alarma.

– No te la puedo creer, me quiero morir. –

Apaga el despertador y se sienta en la cama. Con la mano izquierda prende la luz de la mesita.

– La concha de mi puta madre, no puedo abrir los ojos –

Se para, bordea la cama tambaleándose hasta la puerta y sale, frotándose el pelo con la mano derecha. Una vez en el baño se mira la cara hinchada en el espejo.

–  Te juro que nunca más me junto en la semana con estos pelotudos.-

Se mete en la ducha, prende el agua y se queda inmóvil, debajo del chorro, durante cinco minutos. Cierra la llave y vuelve a salir. Va a la cocina, se sirve un café de la jarra y se lo fondea, sin calentar. Camina a la puerta de entrada, agarra las llaves de la pared y sale.

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En la entrada de la fábrica.

–  Buen día Gustavo, ¿Cómo andás?

– ¿Que haces Miguelito? ¿Todo tranquilo?

– Ufff, espectacular, cansado de ser feliz. ¿Ya entró Mariano?

– Sí, llegó hace como media hora-

– Y, ¿estaba tranquilo?-

–  Si, no sabés, una seda, como siempre-

– La puta que lo parió, no llego a las cinco de la tarde –

Pasa la tarjeta  y se mete adentro del edificio. Camina por el pasillo hasta el fondo y toca la puerta de la oficina 17. Se escucha “pasá”, abre y se apoya en el marco mientras sostiene la manija con la mano derecha.

– Buen día Mariano, ¿todo bien?

– ¿Qué hacés Miguel? ¿Cómo andás?

– Bien, un poco cansado, dormí muy mal, ¿Qué tengo que hacer?

– Acaba de entrar un lote. AL1527. Andá a la oficina del depósito, tomate un tiempito para hacer bien los papeles del ingreso y después metete en el molino y procesá lo que corresponda.

– Ok, dale –

– Tiene que estar para mañana eso, lo tiene que seguir Esteban –

– Dale, dale, no hay problema –

Va para el depósito, se mete en la oficina, agarra un sobre marrón de  la bandeja de plástico de ingresos y lo apoya en el escritorio frente a la computadora. Se sirve un café y se sienta en la silla. Suelta un largo suspiro y acomoda los codos sobre el gran mueble. Busca las planillas en la computadora y empieza a cargar los datos de los papeles.

Le pesan los ojos. Toma un trago de la taza de café y levanta las cejas para separar los parpados. Larga un bostezo profundo que lo tira para atrás contra el respaldo. Acomoda la cabeza en el extremo acolchonado de la silla y fija la mirada en la manija de la puerta enfrente de él. Decide descansar cinco minutos antes de seguir…

Se escuchan dos golpes fuertes en la puerta que lo arrancan del sueño y en un movimiento pone los dedos y la vista en el teclado, activando la pantalla que le muestra las planillas vacías, exactamente igual a como las dejó. Entra el supervisor y le pregunta:

– ¿Qué estás haciendo acá? ¿Ya terminaste? –

– Sí sí, ya terminé, estoy cerrando los papeles – Le dice con la mirada baja, para parecer concentrado y que no se le vean sus ojos rojos.

– Ah, buenísimo. Yo me tengo que ir ahora. Cuando termines dejalo en mi oficina así lo paso. –

– Dale, dale Mariano, andá tranquilo. –

– Ok, hasta mañana –

– Nos vemos –

Abre grandes los ojos inundados de adrenalina y carga rápidamente los datos del ingreso en las planillas que llevan tanto tiempo abiertas. Agarra la documentación y sale de la oficina al portón del depósito. Levanta de un pallet la pesada bolsa de 15 kg con el número de lote y lo lleva a la entrada de la planta. Deja la carga en la esclusa de materiales y se va para el vestuario de entrada. Se pone la ropa blanca de planta, el mameluco, la cofia, los guantes, el barbijo y las gafas. Los bártulos lo asfixian un poco, pero le ayudan a esconder su aspecto deplorable.

Busca la bolsa por el otro lado de la esclusa y la lleva por el blanco e iluminado pasillo al cuarto donde está el molino. Antes de llegar se cruza con Mauro.

– ¿Qué haces entrando a esta hora boludo?-

– Correte o ayudame, que estoy en el horno-

– Tengo que terminar de mezclar una cosa, cuando termine te doy una mano –

– Bueno dale de una, me meto a arrancar-

Entra al pequeño sector y deja los materiales en un pallet al costado de la plateada y brillante máquina. Se para frente a ella y apoya suavemente su mano sobre la fría superficie. “Portate bien, por favor te lo pido” le dice, no muy convencido de que fuerzas sobrenaturales vayan a solucionarle el problema.

El espacio en el cuarto es escueto, lo flanquean por adelante la máquina, a los costados una pared y la puerta y atrás, un estante que sirve de escritorio en donde acomoda la documentación.

Lee la técnica. “…Desaglomerar la materia prima por un tamiz número 16…armar el molino con malla doble cero….cargar el producto del paso 03 en la tolva de alimentación…ok….proceder a la molienda….ok, ok”.  Se pone a trabajar.

Descarga el contenido de la bolsa sobre el tamiz y lo fuerza enérgicamente a través de los orificios. Levanta la mirada y se fija la hora en el reloj de pared. Hace media hora que terminó su horario de trabajo. Su cuerpo se calienta dentro del traje y las axilas se le humedecen. Se apura un poco más. No necesita verse para saber que su cara esta toda roja.

Agarra las partes móviles del molino de la batea de abajo de este y se las coloca  rápidamente. Se da vuelta para buscar la bolsa con el producto en la salida del tamiz y lo carga en la boca del molino. Toma aire, se aleja un poco y lo prende.

Le da marcha y se cruza de brazos. La máquina empieza a trabajar. El ruido de los engranajes crece y crece, hasta que supera claramente los decibeles normales. Activa la parada de emergencia.

Abre la tapa del molino y mira adentro. La malla no es la que pedía la técnica, el producto no pasa y la máquina está atorada. Se acabó. Hasta acá llegó su mentira. Sabe que tiene que limpiar ese desastre y confesar.

“Me van a echar a la mierda”, se dice, “no me van a bancar esta siendo tan nuevo”. Piensa en un último manotazo de ahogado. Desconecta la máquina, mete la mano por la tapa y mueve un poco el material despegándolo de las paletas. Vuelve a conectar, se aleja un poco y le da marcha nuevamente.

La máquina trabaja unos segundos dándole un poco de esperanza y se frena de repente. Vuelve el ruido, el motor vibra forzándose inútilmente para empujar los engranajes empastados por el producto.

“Lo apago”, piensa, “espero diez segundos más y si no lo apago…”. Al segundo cuatro de los diez, se escucha un chispaso. Su corazón late fuertemente y hace eco en el pequeño cuarto.

Ve salir humo por la puerta de la máquina. Abre y a dentro ve una pequeña llama. Mete la mano e intenta ahogarla pero no llega hasta el lugar donde se encuentra el foco. Se corre para atrás, se agarra la cabeza y se queda congelado, parado en el medio del cuarto.

Sale deseperadamente puteando al aire y se dirige por el pasillo al lavadero. Entra, mira a la pared y ve el matafuego. Lo agarra y sale nuevamente. Vuelve al pasillo y corre al cuarto a apagar el  incendio. Comienza a sonar la alarma. El sonido es insoportable, ensordecedor. No lo deja escuchar a su cerebro.

Llega hasta la puerta del cuarto del molino y aturdido, ve a través del vidrio como la lluvia de los regadores lucha contra el fuego que se cuela por las rendijas del artefacto. Ve como se prende la evidencia de su estupidez.

Vuelve por el pasillo, entra al lavadero y cuelga el matafuego. Agarra un bidón de alcohol y se dirige nuevamente al cuarto. En el fondo ve a dos personas corriendo hacia la salida. Entra al sector.

El calor es insoportable, las llamas se mueven ágilmente esquivando las gotas que caen del techo. Destapa el bidón y le tira un chorro de alcohol. El fuego se aviva y toma la superficie de la máquina. Su cara se quema y las gafas se empañan. Cierra el bidón y lo tira entero sobre las llamas. Sale del cuarto y se apoya contra la puerta, dejando atrás el infierno.

Su cara se alivia, pero el sonido le rompe los tímpanos. Corre hacia la salida de emergencia. Ahí se encuentra con Mauro.

– ¿Qué mierda hiciste Miguel? – le dice gritando

– No sé, se prendió solo-

– ¿Queeeee?… no te escucho un carajo ¿y lo trataste de apagar?-

– Sí, pero se prende más, no pude.-

– Bueno vamos-

Salen de la planta y corren hasta la garita de seguridad. Allá se reúnen todos los que aún estaban trabajando. Son alrededor de diez. Mauro le pregunta a Gustavo, el sereno:

– ¿Llamaste a los bomberos?-

– La alarma los llama sola, ya están viniendo, también la policía. ¿Qué mierda hicieron?-

– No sé, fue el boludo de Miguel, no sé que hizo. –

– ¿Y dónde está?-

– Salió recién conmigo, tiene que estar por acá.-

– Bueno tenelo cerca, que va a tener que hablar con la policía.-

– Dale, ahí lo busco.-

Pero no lo iba a encontrar. Para cuando Mauro sale a la calle, Miguel había corrido hasta la esquina, todo vestido de blanco y con la cara cubierta. Dobla en la esquina y empieza a caminar. Su imagen, como de “Power Ranger” o “Sub-Cero” desteñido, resalta en la cuadra, ahora que está fuera del contexto de la planta.

A paso ligero se saca la cofia, las gafas, el barbijo y los guantes. Hace un bollo y los tira en un tacho. Se baja el cierre del mameluco hasta la cintura y se saca las mangas de la parte de arriba. Se apoya un segundo en la pared y se saca la parte de abajo por los pies. Lo agarra, cruza la calle y lo tira en el contenedor de enfrente. Sigue caminando apurado.

En pocos minutos hace siete cuadras y empieza a bajar el ritmo. Se pone a llorar, a llorar desconsolado. No puede parar. Camina y se deshace en lágrimas. Se putea a sí mismo, a su madre y a sus amigos. Llega hasta una plaza que no conoce y se sienta en un banco. Está atardeciendo. Se queda a ver como se pone el sol entre los edificios y como se hunden los juegos de la plaza en la oscuridad de la noche. Siente al fin un poco de calma. Que la tormenta le da un respiro, al menos por un momento.  Cuando ya es completamente de noche, agarra el teléfono de su bolsillo. Busca un contacto y llama.

– Hola, Sebas, ¿Cómo andás?

– Bien, bien, ¿y vos?-

– Bien, maso menos, tuve un quilombito en el laburo, después te cuento. ¿Hacen algo hoy a la noche? –

– Sí, sí, estoy acá con Willy, estamos en casa tomando una birra. Cocho viene en un rato a morfar, venite si estás al pedo.-

– Daleeee, ahí voy para allá…-


Por: Fermín Cañete

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