Te vi el otro día, cruzando por Carranza. Estuve a punto de saludarte, pero venías acompañada. No tuve ganas de caretear, de sonreír como un pelotudo y preguntar qué tal la vida, el laburo, si seguías teniendo el hurón, ¿Mario se llamaba? Además te conozco, me ibas a presentar como uno de los más capos en lo que hago. Y creo que nunca entendiste bien que es eso que hago. Y eso me da por las pelotas. No tanto que después de cuatro años juntos, no lo entiendas, sino que hayas ido por la vida hablando de mi como si fuera un trofeo de algo que ganaste y no sabés porque. Este es Eddy, el mejor…restaurador. No es tan difícil. Me traen muñecos viejos, hechos mierda y yo los dejo como nuevos. Sospecho que siempre te dio vergüenza decirlo. Claro, no es abogado, o médico, o ni siquiera un músico o diseñador. Le gusta arreglar muñequitos al freak. ¿Cuál es el problema? También tomo birra, me tiro pedos, de vez en cuando miro un partido de fútbol y vi varias temporadas de Grey´s Anatomy. Hasta que se murió el doctor que te gustaba.
Además, esa vez que fuimos al cumpleaños de tu tía en Adrogué, varios familiares, e incluso tu abuelo, sí, el viejo ese que solo se dedica a putear a Perón; terminaron fascinados, escuchando atentos como les contaba de esa muñeca rusa de hace dos siglos, que llegó con la mitad del cráneo partido, la pobrecita. Uno de tus primos, el que tiene la cara corrida a la derecha, me mandó un whatsapp al día siguiente. Me insistía para que diera algún taller. Te digo que lo estoy pensando.
¿Y él qué onda? ¿Es amigo, chongo, noviecito? Tiene pinta de ingeniero. Mirá como se acomoda el pelo, como un playmobil. Parece más viejo, tendrá casi cuarenta. ¿Y ese auto? Lindo, nuevito. Escucha radio Mitre ¿no? ¿Huele a Halls con Paco Rabbane? ¿Te pone la mano en la pierna en los semáforos, se toca la pera pensativo mientras pone el guiño? ¿Habla con su vieja con el manos libres, le dice que está con vos, se saludan re efusivas. Le promete una cena? ¿Te vuelve a tocar la pierna mientras te sonríe. Te agradece tácitamente por ser como sos, por ser así con su vieja, la vieja? ¿Te deja en la oficina, apenas te roza los labios, te remarca que ocho y media, que es temprano porque la vieja está cansada, que él se encarga del helado, que dulce leche tentación como te gusta? Deja pasar un par de autos, sale. Le sube el volumen a Lanata, asiente, se mete una pastilla de menta y se pierde por Libertador.
Le digo al taxista que hasta acá está bien, que no me da la guita, que el sorete dueño de la muñeca rusa con la cabeza a la mitad me cagó. Que el negocio no va bien, que me estoy desintegrando y que necesito un restaurador. Me dice que no tiene cambio. Problema suyo, le contesto y me bajo. Con los treinta pesos que me ahorré cargo la sube, me tomo el bondi y me bajo en Carranza. Siento que no llego. Primero es una pierna, después los brazos. Me caigo en la mitad del asfalto de a poco, degradándome. Soy como la foto del Volver al futuro. No importa, todavía puedo mirar. Aunque la cabeza me cuelga, logro ver la mitad de la ventana. Creo que veo a Mario o su patita peluda sobresalir por la reja. No sé, quizás lo imagino. De repente se me va cayendo la persiana. Una oscuridad plástica, como si mis ojos se quedaran sin corazón. Como si en mi dorso tuviera una fecha de vencimiento. O peor, un made in Taiwan. Tengo la mirada fija, pero ya no veo nada. Algo cruje y debo ser yo, pero tampoco escucho.
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