La suma de las soledades


La suma de las soledades

Te quiero invitar a que estemos solos porque es la única manera que conozco de estar con alguien. La suma de nuestras dos soledades quizás se acerque a eso que la gente llama compañía.

Ese fue su último mensaje, el que me convenció.  Yo insistía con eso de estar realmente solo, lo llevaba como un estandarte, una declaración de principios ante la humanidad. Estoy solo y me la banco. ¿Algún problema? Y la verdad, es que la mayor parte del tiempo la piloteaba, me gustaba disponer del tiempo, mi tiempo. Pero entonces llegaban algunas noches, no todas, y ese tesoro tan lindo se me volvía en contra y me asfixiaba. Cada minuto que pasaba eran litros de cemento cayéndome encima. Intentaba patalear, tirar un par de braceadas como había aprendido de pibe en la pileta del club, pero entonces el charco se volvía más espeso. Apenas podía salir a respirar de vez en cuando, olvidarme del tema, cocinar algo pedorro, pero ponerle salsa, mirar un rato de la serie de turno y compadecerme del protagonista. Y al toque, otra vez el tobogán de cemento directo sobre la cama y la noche entraba en el rato de mayor oscuridad y silencio. La salsa no era gran cosa, tres horas de Netflix se hacían insostenibles, el celular sacaba la lengua afuera y los vecinos ya estaban soñando con algo mejor. Ni siquiera el mosquito de las buenas noches me hacía compañía.

Revisé todos nuestros mensajes. Desde los que decían te quiero, pero no podemos estar juntos, hasta ese que me decías que yo era la peor relación que habías tenido, que me podía sentir orgullo, que al menos lideraba algún ranking. Media hora después me dijiste que era el segundo, y te admito que me bajoneó un poco que me sacarás la medalla de oro. Yo también te tiré con munición gruesa, te dije que nunca me había ilusionado con alguien como con vos y que al final resultaste ser eso, una simple ilusión, algo imposible de tocar, algo vacío. Nos herimos mucho, al pedo tanto. Nos convertimos en esos protagonistas a los que siempre les tuvimos lástima.

¿Qué querés de mí? Fue lo que te pregunté como último recurso, en una de esas noches asfixiantes. Y entonces me tiraste ese mensaje, esa invitación a compartir las soledades. Creí que estabas pasada, que el porro te había pegado ese viaje pseudo poético que te daba cada tanto. No le di mucha bola al principio, pero los segundos pasaban lentos y era la única novedad. Lo leí un par de veces y le di un par de secas a una tuca para estar en igualdad de condiciones.

Al final la idea no es tan mala, pensé fumándome hasta el cartoncito. Después tosí y saqué la cabeza para respirar afuera del cemento que milagrosamente se estaba volviendo más aguado.

Y te respondí con el último aliento de mi celular.

Dale, juntémonos a estar solos que la noche se me está haciendo larga.

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