La pastilla de la inteligencia


Me acuerdo perfectamente cuando se estrenó la película “Sin límites” en el año 2011. Un viejo amigo que la utilizaba como golpe de “knock out” para concretar en sus citas, apostando a que a ellas no les interesaría  ver el final – creer o reventar esto sucedía – me contó que trataba de una pastilla que permitía expandir los límites del cerebro.

Con sorprendente detalle explicaba la trama en la que un mediocre y desmotivado escritor cuya vida se desmoronaba, daba un vuelco a su carrera tras consumir esta píldora mágica. En una de nuestras charlas me preguntó: “Vos que sos bioquímico, ¿esto puede ser real?”. Luego de recordarle una vez más que era estudiante de farmacia, lo miré con ternura como quien subestima a un niño que cree en Papa Noel y tocándole la cabeza le dije: “no, olvídate, es una completa locura”.

Desde aquel entonces no paré de ver publicidades, páginas de internet, artículos y demás sobre “nuevos” fármacos postulantes a pastilla de la inteligencia.  La forma en que maduró vertiginosamente este concepto en la sociedad, a partir de una película, además de hacerme quedar como un boludo con mi amigo me hizo sentir atrapado en un capítulo de Black Mirror.

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Mi antena de la paranoia se prendió furiosamente y pensé: alguien tiene que estar detrás de todo esto, lo tienen que haber impulsado para vendernos esta píldora.  ¿La industria farmacéutica? ¿El estado? ¿Extraterrestres?… Investigué quién había tenido la idea para la película, quién la produjo y financió; pero otra vez mis hipótesis quedaron truncas. Ni un solo marciano, ni político, ni empresario.  Me dije: “carajo que mal que estoy, voy a tener que tomar la puta pastilla”

¿O sea que alguien desinteresadamente le sirvió en bandeja este negocio a los avezados creadores de necesidades del marketing? ¿No fue idea suya? Todos esos fármacos nootrópicos huérfanos de enfermedades encontraron de repente la más basta clientela posible: personas sanas…

Si detrás de esta película hollywoodense no hay una mente siniestra como la que nos hizo odiar a los nazis, a los rusos y a los musulmanes más que a nadie, entonces: ¿de donde sale esta idea? ¿Existen realmente fármacos para ser más inteligentes? ¿Podrían ser los llamados nootrópicos?  Vamos a ver, pero primero a ordenar un poco toda esta información.

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Primero, la película: El guión fue escrito por la estadounidense Leslie Dixon quien se enamoró de la historia en una librería de segunda mano.  Sintió que tenía que llevarla al cine y compró automáticamente los derechos. La idea la tomó del thriller “The dark fields” del irlandés Alan Glynn publicado en 2001, en el que todo es muy similar a la peli. Una de las sutiles diferencias es el nombre de la droga: En lugar de NZT-48, MDT-48. ja-ja.

Creo  que el pobre Alan debe querer matarse. Por diversas razones no pudo explotar su idea. Piensen que a partir de su historia miles de personas en todo el mundo comenzaron a tomar diferentes pastillas para mejorar su rendimiento cognitivo.  A pesar de desatar una revolución nadie lo conoce y estoy seguro que la plata por la que vendió su obra no se compara con la que obtuvieron los productores del film, entre ellos Leslie Dixon. Además a mi entender, ni siquiera pudo darle un buen final a su libro.

Segundo, los nootrópicos. Barrenando por la Internet pueden encontrarse muchos fármacos encuadrados en este grupo, entre ellos los derivados del modafinilo, los de la familia de la fenetilamina y los racetams. Supuestamente mejoran la cognición, memoria, aprendizaje, creatividad y demás.  La pastilla de la inteligencia no se inventó después de la aparición de la película, sino que fármacos que se utilizaban para tratar enfermedades de muy baja incidencia relacionadas con defectos neurológicos, comenzaron a peoponerse para este fin. A alguien hay que vendérselo. Ejemplos de estas patologías son la narcolepsia y el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) también conocido ADD (Attention déficit disorder).

Hay una gran incertidumbre sobre este tipo de enfermedades y sobre este tipo de fármacos. Fundamentalmente porque no se terminan de conocer los mecanismos por los que operan. En las próximas entregas intentaré explicar los mencionados grupos, sus usos terapéuticos originales, sus efectos y cualidades para ser ofrecidas como “smart pills” y mi experiencia personal con estas. Así se podrán responder ustedes mismos aquella pregunta que mi amigo me hacía hace cinco años.

Lo que si queda claro es que en esta “era de la información” no hay tiempo para aprender voluntariosamente a estudiar o mejorar nuestra habilidad para concentrarnos. Pero como dicen los abuelos de la nada: ¡no se desesperen locos! nuestros ángeles guardianes están prestos a alcanzarnos una pastilla.

Farm. Ergueta

eaintermedio

Lee la segunda parte de La Pastilla de la Inteligencia acá.

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