“Durante muchos años ignoraba la vida de una trans. Hoy quiero que mi muro sea espacio para hacer visible el sufrimiento y lucha de las personas trans desde su nacimiento hasta la muerte. Quiero que mi voz sea la de ellas”.
Esta frase está publicada en el Facebook de Mónica Astorga Cremona, una monja de 50 años que pertenece a la orden de las Carmelitas Descalzas y desde hace una década trabaja activamente para que las personas trans sean aceptadas y respetadas en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en la Iglesia.
Desde el pequeño convento en el que vive en Neuquén esta monja ya impulsó varias acciones, como por ejemplo lograr que el gobernador de esa provincia done terrenos para la construcción de viviendas exclusivas para chicas trans que no tienen casa.

Aunque este tipo de iniciativas sin dudas tienen un gran valor, su mayor logro es unir a dos mundos que parecieran estar condenados a caminar por veredas opuestas. Dos mundos que aún hoy se miran de reojo.
¿Cómo llega una religiosa de hábitos marrones a convertirse en una militante por los colores del arcoíris?
Aunque a primera vista la historia de una monja y una trans puedan parecer antagónicas, la vida de Mónica tiene muchos puntos en común con las de las chicas que defiende.
(La siguiente lista de coincidencias te pueden parecer tiradas de los pelos, pero surgen de la charla que el autor tuvo con Mónica)
A los siete años Mónica se dio cuenta de que quería ser monja, edad similar a la que muchas trans descubren su identidad. A los diecinueve años y a espaldas de su familia, Mónica viajó a un convento en Neuquén para pasar ahí una temporada y tener una primera impresión de lo que podría ser su vida religiosa. Algo parecido a lo que les pasa a la mayoría de las trans que empiezan a travestirse sin que sus familias lo sepan y lo hacen bien lejos de su casa.
Cuando Mónica volvió a Buenos Aires, estaba segura de su decisión. Quería dejar de ser una mujer laica para pasar a ser una monja y estaba segura de que su lugar estaba en aquel convento patagónico.
Cuando le comunicó la decisión a su familia nadie la aceptó, excepto su mamá. A sus hermanas les parecía una locura. Su papá ni siquiera le habló del tema.
Quizás, esta falta de apoyo familiar sea el punto de mayor conexión con la vida y la historia de cada trans que hoy Mónica acompaña.
A todo esto, se le suma un factor cultural que podría ser otro punto en común. Tanto la identidad de una monja como la de una travesti, están dadas en gran parte por su vestimenta.
Aún con tantas coincidencias, al momento de su ordenación como monja, Mónica desconocía por completo la vida de una travesti. De hecho, no conocía a ninguna. Fue recién hace diez años que se cruzó con la primera.

En agradecimiento a la Virgen de Lourdes, Romina, una travesti que se prostituía, llegó a la Iglesia de Neuquén con la intención de dejar el 10% de lo que ganaba. Aun cuando su intención era noble, su experiencia le advertía que había grandes probabilidades de ser rechazada. Para su sorpresa esta vez se equivocó.
El párroco de la Iglesia se interiorizó sobre su historia y le ofreció ponerla en contacto con una persona que la iba a poder acompañar como guía espiritual.
En un convento cercano, había una monja que llevaba años asistiendo a presos de todo el país. Lidiar con historias difíciles no le era un problema, ya estaba bastante curtida.
Romina llegó con cuatro amigas trans al convento de las Carmelitas Descalzas en busca de Mónica. En esa primera charla la monja les preguntó cuál era su sueño. Una dijo que quería tener una peluquería, otra dijo que quería una cocina, todos sueños vinculados a un futuro, salvo uno, el de Caty. Ella dijo que quería “una cama limpia para morir”.
Esa respuesta atravesó a la monja. Con un promedio de vida de 40 años y las puertas cerradas tanto en el mercado laboral como en el sistema de salud, Caty, como tantas otras trans, estaba condenada a que la muerte la encontrara sola y en condiciones infrahumanas.
Mónica no podía permitir que eso siguiera pasando. Ella se había hecho monja para ayudar a los más débiles y por las historias que escuchaba, estas personas claramente eran las marginadas de las marginadas.
Empezó haciendo lo que mejor sabía hacer, escuchar. Algo inmenso para aquellos acostumbrados a la falta de compañía.
Como segundo paso, las ayudó a formarse en oficios para abandonar la prostitución. También, les gestionó casas y las animó a hacerse estudios vinculados a su salud, ya que muchas evitaban los hospitales porque ahí solo encontraban indiferencia.
El rumor de que una monja estaba ayudando a chicas trans no tardó en difundirse. Cada vez más personas acudían a su ayuda. Incluso, empezaron a aparecer padres de chicos trans que buscaban en ella una persona que las ayudara a acompañar a sus hijos.
De repente, Mónica terminó convirtiéndose en un referente para personas trans de todo el país. Cada caso que se acercaba a ella, la hacía interiorizarse más en el tema y la terminaba comprometiendo más.

Al mismo tiempo, dentro de la propia Iglesia empezaron a brotar algunos enemigos. Para varios grupos conservadores, la tarea de Mónica se opone a los valores cristianos. Algunos la buscan en las redes sociales para insultarla, otros publican notas y videos en su contra en distintas páginas y foros católicos.
Lejos de intimidarse, recibe las críticas como combustible para su trabajo. Le permite experimentar en primera persona el rechazo que viven las trans y así hacer propio su dolor.
Por su tarea Mónica también tuvo un reacercamiento con su familia. Sus hermanas, cuñados, primas y sobrinos, la ven como una especie de heroína. Su papá, con quien mantiene una relación distante, sigue sin entender del todo la vida de su hija, pero por lo menos no la critica. Su mamá falleció hace bastante, sin embargo Mónica está segura de que debe estar orgullosa ya que de ella aprendió que nunca hay que rechazar a nadie.
Ya seas de sus fans o de sus detractores, te consideres fiel o anti eclesial, es imposible negar que esta monja te obliga a replantearte varias cosas que pensás. Consciente de esto, ella asegura: “estoy agradecida de estar en este baile”.
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