Escribo porque le tengo un cagazo tremendo a la muerte. No puedo entender que mi cuerpo y mi mente estén de paso, y que dentro de un par de décadas largas, al menos eso espero, voy a ser comida de gusanos. Por eso escribo, porque quiero dejar algo. Tengo el deseo de trascender, que a veces pienso que no es más que una futura nostalgia de cuando ya no esté. Como si de casualidad, en las palabras que queden, yo pudiera espiar un poco el mundo, meterme en vidas ajenas, hablar de alguna manera. Vale aclarar que podría buscar mil maneras de trascender, y si elijo esta, es porque también me gusta. Y hoy, que acabo de publicar mi primer libro, lo disfruto más que nunca, y empiezo a pensar que ese fantasma de la finitud se aleja. Entonces miro para los costados y me siento un poco más libre.
Porque claro, escribir es, concretamente, un acto de libertad. Una hoja en blanco, lejos de ser una amenaza, es la posibilidad de llenarla como se te cante el culo. Hacer lo que quieras con ella. La hoja en blanco es el mejor regalo para un escritor, y tenemos que ir llenándola, armando cadenas, resignificando palabras, diciendo cosas. De eso se trata, de decir, de contar, poner algo donde antes no había nada. Transformar la realidad. No hay nada por fuera de las palabras. Una profesora nos decía en la facultad de Psicología, que uno es lo que puede nombrar. Entonces pienso, que mientras más podamos nombrar, más crecemos como personas. Nos expandimos y empezamos a buscar en lugares desconocidos, los atravesamos y los transformamos. Nos transformamos.
Un amigo, que podría decir colega, (todavía con un poco de timidez y algo de orgullo), siempre me repite que la literatura es una botella lanzada al mar. Nosotros escribimos y lo arrojamos al mundo, y eso nunca sabemos a manos de quien llega. Ya no nos pertenece. En estos tiempos, la botella es capaz de cruzar océanos en segundos, de llegar a rincones insólitos, de meterse en diferentes culturas. Por eso, quiero que mi novela viaje, se mueva, y me lleve por lugares desconocidos. Que aparezca en las mesas de luz, en los subtes, en los aviones, en las playas y en las pantallas. Que crezca, que se cuente, que se critique, que viva. No quiero quedarme al borde de lo que pudo haber sido. Me vendo, no tengo porque avergonzarme. Me vendo, pero no para hacerme rico. No me hubiera hecho escritor sino. No me pasaría cada día midiéndome un traje que me cuesta tanto ponerme.
Escribo, porque además de entender que me voy a morir, entiendo que lo único que no muere es el deseo. Es esa fuerza inquebrantable que me moviliza y no me deja hacerme el tonto. Es lo que me dice que vaya para allá, aunque yo no pueda moverme de la cama. Es eso que nunca se deja agarrar, y que cuando, quizás, pensaste que ya lo tenías, se te escurre entre los dedos. En definitiva, es la búsqueda de ese deseo lo que nos mantiene vivos. Quedarse quieto, es dejar que se pudra la fruta más rápido. Durante mucho tiempo vi como mi cuerpo y mi voluntad se achicharraban como duraznos comidos por las larvas. Todavía hay ciertos rincones putrefactos, y algunos estarán siempre. Sin embargo, hoy, hay algo que viaja mucho más allá de mis brazos, y yo viajo allí también.
Hace mucho que escribo, pero hace poco que me animo a decir que soy escritor. Siempre le tuve miedo a la muerte. Ahora, que tengo una novela en mis manos, un poco menos.
Me encanto. Felicitaciones por animarte a mas. Hoy es un dia para que seas feliz.
Muy bueno. Escribir es la catarsis ante la muerte riéndonos de ella y mojandole la oreja. El arte nos permite disimular, la búsqueda de algo parecido a la eternidad.