Fiebre de sábado por la noche


  • Acabo de aterrizar.
  • Ah, faltan 15 para que termine el partido.

Silencio. Le llegó pero no lo leyó todavía. Seguro está agarrando sus cosas. Yo con un ojo miro el celular y con el otro el partido. Pasaron solo cuarenta segundos desde mi mensaje. La ansiedad me come. Acabamos de meter un gol, de pedo y vamos ganando 1 a 0. Le mando otro mensaje.

  • Salgo en breve.

Mentira, soy demasiado ansioso, no van a pasar más de dos minutos que ya voy a estar agarrando las llaves. ¿Para qué le dije lo del partido?

  • ¿Es joda?

No es joda, ni mucho menos. Estamos peleando el campeonato y jugamos para el orto. Milagrosamente el 9 saca un gol de la galera. Esto lo pienso, pero no lo digo.

  • Voy para allá.

Hace más de una semana que no nos vemos y no quiero empezar con el pie izquierdo. Bastante boludo fui al mandarle el primer mensaje. Apago la tele, y todavía faltan 13 minutos más el descuento. Dejo el sillón dado vuelta y me voy volando. Mientras espero el taxi busco en internet si hay alguna radio online de fútbol. Se traba, se tilda y la puta madre. Llega el taxi.

  • Aeroparque por favor.

El tipo está escuchando radio pero en un volumen casi imperceptible. Es como de otra época, con una barba desprolija y una camisa de sus años de gloria, ya bastante más amarilla que cuando la cosieron. No emite sonido. Me acerco nervioso, llego a escuchar el nombre de un jugador de mi equipo, y me pongo más nervioso. El fútbol por radio se vuelve un deporte mucho más peligroso que de costumbre. Y peor cuando el volumen está bajo y no entendés bien quién tiene la pelota, y tu equipo gana con lo justo y se le vienen encima. Y peor, si te responden el mensaje.

  • Sos de cuarta.
  • Pero me dijiste que me avisabas apenas aterrizabas. Salí tres minutos después, no cambia nada.

“Se viene, le pega…..coooorner desde la derecha”

  • Ya estoy en el taxi, en diez llego.

 “Los últimos cinco minutos más lo que adicione el referí. Un triunfo injusto, pero un triunfo importantísimo para seguir soñando con el torneo…”

  • No te podés enojar por esta boludez.

Dejo el celular sobre mi pierna y pongo la frente sobre el asiento del acompañante que no tenía apoya cabeza. Me arranco a mordiscones la piel de los pulgares. Afuera la noche está fría y en calma. Ya estamos cerca, se puede sentir el río. Le pregunto al señor si puede subir el volumen. No me da bola. No entiendo si es hincha de uno de los dos equipos, o si le chupa un huevo el fútbol y tiene la radio en A.M. todo el día, o si no me escuchó. Por las dudas me quedo callado pero me acerco un poco más. Quizás si me ve se apiade de mí. Nada. Debo ser invisible.

Vamos hasta los 49”

Ya está, ya no falta nada, estos muertos no nos van a empatar. Meten unas tandas publicitarias. Las mismas que hace treinta años. Las mismas que en aquellos días donde esa camisa no era tan amarilla. Tengo un respiro para mirar mi celular. Llego a la conclusión de que ella no se había enojado, que seguro venía cansada del viaje y estaba sola. Ahora la voy a ver y va a estar todo bien. La extrañé una banda. Hacía muchos años que no estaba tantos días sin verla, y solo había pasado poco más de una semana. Ocho días para ser más preciso. Los segundos pasaban, y el triunfo ya estaba casi cocinado, tenía dos cervezas frías en mi heladera para la vuelta del aeropuerto, la idea de una pizza rica de en frente de casa y un polvo de bienvenida casi asegurado. La noche fría del sábado se empezaba a calentar.

“Ooooootro coooorner. El último y se termina. Van todos, hasta el arquero a buscar el empate”

Listo, ya está. El río ya se ve cruzando la avenida. Hago cuernitos.

“Va la pelota…..jbdfjabdfbaofasfoashfoasfbhibqfiqbibfiqbfiqb…¡PENAAAAAAAL! Penaaaaaal”

  • ¿Qué? La puta madre que me parió. No te lo puedo creer. Me quiero morir.

Me tiraron todo el Río de la Plata, helado, sobre mi cabeza. Para colmo, el tipo ahora sube la radio. Se escucha bien fuerte. PENAL. Entra y rebota por todo el taxi. El tipo tiene voz, habla, es un milagro.

  • Igual yo vi un poco, y no juegan a nada. De pura suerte ganaban.

Prefería el silencio.

  • El cinco, buen jugador, pero ya se cumplió su ciclo. Se tiene que ir.

“Claro penal, lo toca el arquero”

Ya tenía de un lado el río, del otro el aeropuerto. Los cuernos no habían servido. Era el momento de dios. Señal de la cruz, rezar, prometer alguna boludez.

“Ahí va….GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL……GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL”

El volumen estaba al palo, el relator lo gritaba como si lo hubiera hecho él, el tachero seguía diciendo cosas del equipo que hasta hace un instante iba ganando y primero y que ahora ponía en peligro la punta. El auto ya había tomado la salida que decía “Aeroparque”, y mi cara se transformaba en cara de culo, las cervezas se entibiaban y los mensajes de ella ahora tenían otro color.

  • Acá nomás.
  • No, allá.
  • Acá che, ahí dice “Arribos”.

Frená pelotudo. Frená de una vez que encima no tengo cambio.

  • Sí tomá, chau.

Estuve esperando unos veinte minutos a que apareciera. Hubiera llegado a ver todo el partido en casa. Probablemente me ahorré alguna patada en el mueble de la derecha, alguna palabra obligada con el encargado del edificio y alguna puteada con algún vecino.

  • Hola lindo, ¿Cómo estás?

Nos dimos un lindo abrazo, y un lindo beso. Creo que llegué a sonreír un momento, y de vuelta a la cara de culo.

  • ¿Qué pasó?
  • Penal al último minuto. Nos empataron. ¿Podés creer?

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