Esa noche me puse los auriculares fuerte. Al máximo. No quería escuchar ningún sonido de afuera, quería sumergirme de lleno en esa melancolía asesina que entraba como cuchillazos por mis oídos. Mi mirada se perdió entre lucecitas de antenas y departamentos con insomnio. Me acordé de vos, que te costaba dormirte. Que dabas vueltas eternas en la cama cada vez que apagábamos la luz. Que me pedías que te abrazara a ver si podías cerrar con tranquilidad los ojos. Que necesitabas estar tapada aunque hicieran treinta mil grados afuera.
Esa noche me serví el whisky que me había traído de nuestro último viaje. ¿Te acordás? Le puse dos hielos, como me enseñó mi hermano, y cuatro dedos de whisky. Lo necesité para perderme un rato en las vidas ajenas que se veían por la ventana. Para imaginar fantasías de vidas perfectas llenas de glamour de barrio. Como las de esas revistas que nos comprábamos para reírnos y terminábamos comentando con seriedad. Esas que nos hacían pensar en adoptar un perrito y en algún momento tener un jardín. Uno grande, lleno de flores y con una huerta.
Esa noche vi como el del quinto del edificio de enfrente miraba la tele. No se veía muy bien qué, pero se lo notaba bastante compenetrado como si estuviera viendo Dark o Lost. ¿Esa nunca la viste, no? “No es de mi época”, siempre me dijiste como excusa para que no le dieramos play. ¡Lo que te perdiste! Me alegro de no haber vivido con vos esa escena donde Jack corre a Kate gritándole que tienen que volver. Esa me la guardo para mi. Mi yo sin vos. Esa vida donde vos todavía no eras un recuerdo que me genera tristeza y melancolía. Simplemente no eras nada. ¿Se entiende?
Esa noche aproveché que me quedaban unas flores riquísimas y me armé uno para fumar tranquilo. Con pausas. Como te gustaba a vos. Entre tragos de whisky y canciones de Lorde. Volviendo atrás a esas noches que me pedías que te enseñara a armar. Me rogabas, e íbamos paso a paso intentando que pudieras cerrarlo de forma perfecta. Y cuando solo faltaba tu último lengüetazo se te caía todo. Eran risas interminables. Eran porros interminables. Quedábamos chinos y poníamos algún video en YouTube que nos robaba toda nuestra atención. Nos idiotizaba por horas. Nos dejaba bobos. El porro y eso. Y no importaba. Era hermoso.
¿Vos también pensás en mí así? ¿Te acordás de estas cosas? ¿Se te vienen recuerdos tan lúcidos que a veces tu vida parece un holograma? ¿O te metieron en la Mátrix para hacerte olvidar todo? Ojalá existiera una máquina como la de la peli de Jim Carrey. En la que está de novio con Kate Winslet y te vuelan la cabeza con sus borrones de memoria amorsa. Creo que la vimos ese primer fin de semana que te quedaste a dormir en mi casa y no pudimos salir de la cama ni un segundo. Tres días enteros adentro sin movernos. Pedimos delivery, cogimos y vimos películas. Orden aleatorio y en loop. Y encima, ¡qué bien que cogimos!
Esa noche sabía que ya no te iba a volver a ver. Me perdí en vidas ajenas para olvidarte, me banqué los cuchillazos de Lorde y me terminé la media botella de whisky que me quedaba. Achiné mis ojos para mirar con más claridad la ciudad y te suspiré entre flashes y destellos de tu Buenos Aires a oscuras. Esa que tanto te gustaba. Esa que no te dejaba dormir. Esa que sirvió para que pueda despedirme de vos, y por fin de una parte de mi…
Ame ♥️