El peso del inodoro


El peso del inodoro
  • ¿Sabés lo que sos vos? –me dijo y tomó aire como si estuviera dándose impulso para atravesarme- Sos como esos sistemas de los inodoros, los de las mochilas –y se quedó callada. Los dos nos quedamos en silencio hasta que al mismo tiempo soltamos lo que por varios segundos pudimos aguantar; una risa ruidosa que tropezaba con los dientes y la lengua.
  • No, en serio –aclaró todavía soltando algún espasmo torpe por la carcajada.
  • ¿De qué mierda hablás? Como te pegó, eh.
  • Obvio que me pegó, por eso me animo a decirte esto.
  • Ah, ya lo tenías pensado. Bueno, explicá un poco porque por ahora solo me imagino que soy el que logra sacar la caca –se volvió a reír, ahora un poco más fuerte. Yo le hice la segunda, aunque no me pareció gracioso, y ella se dio cuenta. Mi risa falsa es muy falsa.

Tomó un mate, tosió para despegar los mocos, tragó y se puso a hablar. Lo primero que me pidió fue que no me lo tomara mal. Apenas dijo eso, yo quise cambiar de tema, desviar la conversación, prender otra vez el porro a ver si se pasaba para el otro lado y se dormía. Pero decidí escucharla. Le tenés demasiado miedo a la felicidad, fue lo segundo que soltó. Yo intentaba meter la palabra felicidad, el concepto que trae, adentro de esas mochilas de inodoro que siempre andan como el orto, y que metés mano y te da asco aunque esa agua sea pura. No la interrumpí. ¿Viste cómo funcionan esas cosas?, me preguntó y se contestó. Yo lo sé porque la del baño de casa está rota. O sea, la tapa donde está el botón para la cadena, que no sé porque mierda se llama así si es un botón, bueno esa está rota. Hizo un silencio, como esperando que yo me sorprendiera porque la tapa pedorra de plástico de su baño se hubiera partido. Me entró mucha curiosidad por ir a ver la mía. Creo que estaba a punto. También quise decirle que antes eran cadenas que colgaban, y que todavía algunos baños antiguos las tenían. No dije nada.

La cosa es que tenés que meter la mano y tirar de un alambre para arriba para que tire agua y se vacíe el inodoro. Después se empieza a llenar hasta que en algún momento corta para que no se rebalse, claro. ¿Y por qué no se rebalsa?, me miró como si yo fuera el culpable, el inventor de aquella obra magistral de ingeniería bañística. Puse cara de intrigado. Porque hay una especie de pesita de plástico, de boya, que cuando el agua llega ahí, se corta. Ya me estaba aburriendo de su monólogo y había empezado a pensar en la comida china o las empanadas que me iba a pedir, cuando me dijo que yo era la pesa.

Vos sos esa pesa, no solo eso, vos sos todo. Sos el agua que se va llenando y la pesa que la corta, me dijo. Vos no te bancás ser feliz. Cuando por fin lográs vaciarte la mierda, y empezás a llenarte con cosas buenas, cosas que te hacen bien, y sentís que por fin la vida dejó de ser tan forra, y que las cosas marchan más o menos como vos querés, como vos buscaste, ZAC! Cortás el chorro, lo cortás, me entendés, le ponés todo el peso de tu culpa, de tu karma pelotudo que te inventás, y ¿sabés por qué? Porque no sabés ser feliz, no entendés ese lugar. En cambio, claro, el lugar del incomprendido, del triste, el que quiere pero no puede, el que se esfuerza sin recompensa, ese te gusta. Ese te cabe a la perfección, porque no te querés hacer cargo de que todo está bien, al menos un rato. Sentís culpa, y entonces te empezás a buscar en los lugares oscuros, se te vienen las ganas salvajes de llenar de caca las cosas, de abrir fuerte la tapa y largar todo; y como un ciclo enfermizo, volvés a tirar esa cadena invisible y vaciarte de mierda. Sin embargo, otra vez, cuando de a poco el agua pura, potable, empieza a llenarte, de vuelta la pesa, la culpa y la satisfacción de saber que podés seguir dando lástima un rato más. Ese sos vos, una persona que tiene mucho para estar contento, y que elige siempre el lado oscuro de la vida para justificarse, porque no vaya a ser cosa que tanta luz lo maree.

Me quedé sentado, tuve el deseo profundo de que no me abrazara ni me pidiera perdón. Ella lo entendió, me puso la mano en el hombro un segundo y después se fue para la cocina a buscar algo, lo que fuera. Yo volví a pensar en comida y se me estrujó el estómago. Me vinieron unas ganas tremendas de cagar. Fui corriendo hasta el baño, puse mi culo en ese gran agujero y llené de mierda el inodoro. Después de limpiarme, miré para adentro todo lo que había dejado, apreté fuerte el botón, creo que le pegué, hasta que se vació. Me fui antes de que la pesa cortara el agua.

Ilustración Victoria del Valle

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