El peor fotógrafo del mundo


Cuando me acordé de esa foto me puse a llorar. Esa que perdí con 849 más hace nueve años. No fue la del corazón de prensado que después de picarlo quedó armado en el rincón de una mesa y tampoco fue la que saqué después de quemar la parte derecha de ese corazón cuando vi a Sotana durmiendo abajo de la cama al lado de la Choma. Fue por una oscura que se veía muy poco, quizá alguna luz de un cigarro prendido y el detalle de unas rocas donde estábamos apoyados.

Después de veinte días del mejor viaje de mi vida, con 21 años y más salchichas en mi abdomen que gringo en competencia de panchos, fuimos a comer unos camarones y otros pescados a la orilla del mar en un precario pero decente restaurante. Ni tanto ni tan poco, pero era un buen cierre para esa explosión de descubrimientos y alegrías que habíamos vivido esas tres semanas.

Nos pegamos una buena panzada y nos gastamos todo lo que teníamos. Sabiendo que no íbamos a tener plata para comer en las 24 horas de vuelta en colectivo desde Florianópolis a Buenos Aires, decidimos relajarnos con un par de cervezas tibias que teníamos en el auto y nos dedicamos al alcohol. Vimos unas piedras copadas para sentarnos al lado del mar y ahí nos metimos en la oscuridad a disfrutar de esos últimos minutos de playa brasilera. Me puse a ver las fotos del viaje – mi ansiedad en ese momento estaba más incontrolable que nunca- y me emocioné al ver la dedicación que le había puesto a la fotografía. Ahí, en el momento donde apreciaba el arte de la imagen grabada en un chip fue el principio del peor final para mí.

Wachos júntense un toque que saco una acá

Ya fue Puerca, no se ve nada

Dale loco júntense un poco, es un segundo…

Se unieron en un abrazo pero como les dije no se vio más que algunas sombras, luces de cigarro y un par de rocas. Nada de caras sonrientes. Sin querer ya se venía venir la desgracia.

Fumamos uno todos juntos y al rato encaramos para el auto alquilado donde nos teníamos que meter siete para ir a devolverlo.

¡Puerca! ¿Tenés la cámara no?

Obvio bobi…

No me acuerdo si me quedé paveando con algo o qué, pero cuando me rescaté ya estaban todos en el auto y aunque yo debería haber entrado primero por ser el más pesado iba tener que ir recostado cual sirena arriba de los pibes.

Dale Puerca subí que estamos apurados, pero sácate la arena antes que nos van a romper las bolas los brazucas con el auto.

Bueno aguanten un toque…

¡Dale! Metele loco. Estamos todos acá apretados

¿Tanto vas a tardar para limpiarte la arena? Se nos va a ir el bondi

La presión empezó a invadirme, el auto era chico y encima había un par pinchándose con ananás que compramos en la ruta porque si pagabas uno te llevabas cinco. Me sacudí  como un perro mientras con mis manos terminaba de sacar la arena que quedaba en mis piernas y  me tiré arriba de mis amigos.

Ya viajando un sentimiento horrible me invadió pero prefería pensar que no era real y decidí callarme y rezar. Llegamos, media hora de viaje, bajé primero del auto y toqué mis bolsillos y los de mi mochila, miré el techo y el recuerdo me impactó en el esternón. No me había olvidado la cámara en la oscuridad de las piedras, la había apoyado en el techo del auto para sacarme los granos de arena de mis gemelos y empeines.

Decenas de salchichas, una bota ortopédica, ocho puntos en la planta de un pie, varios veinticincos, días enteros de malabares y guitarras sonando, 500 birras, más de treinta botellas de vodka Natasha y muchísimos kilos de lima. Veinte días y cero fotos…

Obviamente estuve años -juro que fueron años- googleando “Corazon de marihuana Cachoeiras” o “tres pibes duermen debajo de la cama y en el colchón no hay nadie” y hasta me animé con videos como “siete vagos hacen pogo en la ducha, vamo Los Redondos”, pero nada dio resultado. Nadie había subido las imágenes que estaban dentro de esa cámara que cayó del techo de un auto.

No tengo idea porque me pintó sacar fotos ese viaje, quizás fue la lluvia que nos prohibía movernos mucho o hasta por ahí una pasión que nunca desarrollé. Yo no salía en ninguna porque me pintó la de fotógrafo pero a los pibes les mostraba mis capturas con orgullo y sabía que más de uno esperaba verlas todas juntas. Lloré a la vuelta en esas 24 horas del bondi semi cama y en mi casa seguí  lagrimeando cuando ví el solitario cable USB en la mochila.

No me importaba tanto por mí, me sentía culpable de perder los recuerdos de las mejores vacaciones de mi vida y con seguridad de las mejores de mis amigos hasta ese momento. Pero hoy cuando me acordé de la última foto oscura innecesaria, no lloré de culpa ni de bronca, lloré porque al haber perdido esas fotos me dediqué mucho tiempo a recordarlas y en vez de que esos momentos se borraran, quedaron impresos en mi mente con mucha más nitidez. En esa foto final no se veían las sonrisas pero si me acuerdo de lo que se escuchaba.

¿Te acordás cuando el gordo rodó por la montaña?

Que linda era la doctora que le coció el pie al pobre Puli en año nuevo.

Que capo Eduardo, el brasilero más copado y fumón que conocí. Un peligro ese chabón.

¡Nos bajaron del bondi! El Chelso iba al fondo flasheando montaña rusa con boletos en la nariz

Como lloró La Rusca con la abuela tocando Hey Jude. Igual yo también lloré un poquito.

La luz azul del mini componente es sensacional, nunca flashié con algo igual.

¡Están las salchichas! Hay tres por cabeza y dos panes para cada uno.

¡Salud!

No Comment

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *