El día que casi voy preso en el Lollapalooza


  • Vení al patrullero. Tengo que llevarte detenido, esto que tenés es ilegal.

Así empezaba mi periplo hacia al infierno el sábado pasado pocas horas antes de que se abrieran las puertas del Lollapalooza en Argentina. Quizás debería empezar aclarando que el que recitaba esas tan infelices palabras era un policía del Municipio de San Isidro y que lo hacía en la puerta del Hipódromo. También debería contarte que estaba ahí porque tenía que trabajar en el festival, aunque algunos detalles prefiero cuidarlos para mantener mi identidad en el anonimato.

Eran las 11 am del sábado. Era primero de abril. Era el cierre del Lollapalooza. Y era muy temprano para mí que no suelo madrugar. El día anterior había tocado Metallica y más de cien mil personas habían copado el Hipódromo. Obviamente sobraban excusas para que el lugar se revolucionara y explotara de gente. Por eso, quizás no debería haberme sorprendido encontrar tanta policía y desde tan temprano, tanto alrededor del predio como en sus inmediaciones. Pero por arrogancia o confianza propia, ese día decidí ignorar las señales que intentaron anticiparme lo que me iba a pasar más adelante…

Había dejado el auto a tan solo tres cuadras del lugar. Pensé que la suerte me acompañaba desde temprano. Me equivocaba… Con mi mochila al hombro caminé hasta la puerta por donde entraba la gente de prensa y trabajadores del evento.

Ahora es el momento de que te cuente un detalle fundamental en esta historia: dentro de mi mochila tenía una botella de Fernet entera que había comprado en el chino de mi amigo “Pablo” y una pequeña bolsita con dos cogollos de marihuana que pensaba disfrutar bailando al ritmo de The Weeknd. Sí, muy por dentro mío planeaba una noche perfecta y pensaba coronar las arduas y largas horas de trabajo con un trago y un porro mirando el cielo estrellado. ¡Qué ingenuidad! Si hubiese sabido que estaba yendo camino al infierno la sonrisa de boludo que tenía ni bien dejé el auto se me hubiese borrado instantáneamente.

La imagen que se podía ver a lo lejos en la entrada no era la misma que la del primer día: varios policías distribuidos alrededor del lugar miraban, inspeccionaban y “cacheaban” a todo aquél que pretendía entrar al predio. Yo no iba a ser la excepción, aunque me dejé llevar por mi propia seguridad y lo que creía que era experiencia de sobra en ese tipo de situaciones.

  • Abrí la mochila por favor – me pidió un joven policía que me separaba por unos 50 metros de mi lugar de trabajo.

Hice lo que me pidió. Confié en que iba a ser una inspección algo absurda y de rutina, esas que miran por arriba tus cosas como para hacer de cuenta que todo está bien. La pifié. Porque durante la apertura los bolsillos de mi mochila fueron revisados minuciosamente por este “hombre de la ley”. Y lo primero que encontró no le gustó nada…

  • ¿Qué es esto? Sabés que no se pueden entrar bebidas alcohólicas al predio. Está prohibido. Tengo que secuestrarte la botella – me dijo el policía mirándome con cara de pocos amigos.
  • Disculpame, no sabía. Por favor, no me la saques, vengo a trabajar y tengo un día muy largo. Por lo menos dejame guardarla en el auto que lo tengo acá a un par de cuadras – le supliqué y para mi gran sorpresa accedió.

Caminé unos metros, encontré un árbol escondido entre varios autos estacionados y decidí dejarla ahí. Pensé en recuperarla más tarde cuando saliera del predio, o que por lo menos algún borrachín pudiera disfrutarla por mí.

Volví confiado. Pensando que luego de ese chequeo ya no iba a tener que pasar por la misma situación. Me volví a equivocar. Esa sensación de que para mí iba a ser un gran día, empezó a esfumarse en muy poco tiempo…

  • A ver, dejame revisar de nuevo esa mochila. ¿Guardaste el Fernet, no? – me preguntó ya no con cara de pocos amigos sino de ninguno.
  • Sí, lo guardé. No hay más nada, revisá tranquilo. Son solo cosas de trabajo las que hay. Tengo que llegar rápido – le comenté haciéndome el despreocupado.

Revisó uno por uno mis bolsillos. Y eso que eran muchos. La mochila es de esas grandes que tienen lugares especiales para una computadora, una tablet, celulares, anteojos, etc. Por ende, no iba a ser fácil ni rápido. Pero eso no lo detuvo. Uno por uno los abrió, miró, escarbó y volvió a encontrar.

  • ¿Qué es esto? Es ilegal, no lo podés tener. Además te acabo de encontrar un Fernet a vos – Me dijo el joven policía mientras le pasaba la bolsita con mis flores a su supervisor que miraba de reojo atrás todo lo que pasaba.
  • Ehmmm… Disculpá, lo trajé para después de trabajar. Vienen unos amigos y queríamos relajarnos un rato viendo uno de los shows. Pero dejalo, no pasa nada, solo quiero llegar a trabajar – murmuré algo nervioso.

El supervisor agarró los cogollos, los olió y me miró fijo.

  • Vení al patrullero. Tengo que llevarte detenido, esto que tenés es ilegal

Se me heló la sangre. Se me paró el corazón. No sabía qué hacer. Qué decir. Cómo actuar.

  • Disculpe oficial. Vengo a trabajar. Tírelo si quiere, o quédeselo. Pero por favor déjeme pasar. Tengo que llegar a mi lugar de trabajo. Si no voy a estar en problemas – supliqué algo nervioso.
  • Ya estás en problemas. No te das cuenta que esto es ilegal. Además me estás diciendo que lo vas a usar para trabajar. ¿Qué van a pensar tus superiores?
  • No señor. No dije eso, solo lo traje para después de trabajar. Pero no importa. Llévelo. Pero déjeme entrar por favor – volví a suplicar ya con algo de angustia.
  • Vení conmigo. ¿Dónde trabajas? Vamos para allá.
  • No por favor.
  • Vamos a la comisaría entonces. Como prefieras… – amenazó.

De repente, tenía que optar entre dos posibles situaciones y ninguna de ellas era para nada buena: faltar al trabajo e ir preso por un porro o llegar al trabajo escoltado por un policía y que explique toda la situación ante mis jefes. Papelón es poco….

  • Expliquemos en tu trabajo que entraste con esto – me dijo agarrándome del brazo y llevándome hacia el interior del predio.

Rogué y supliqué que entendiera la situación pero no hubo caso. Un oscuro plan tenía pensado el oficial mientras las puertas del infierno se abrían para mí.

  • Mirá, la cosa es así: tengo tres hijos, y las entradas son muy caras para… – me comentó mientras nos aproximábamos a la entrada del campo del Hipódromo de San Isidro.
  • ¿Esto es por plata? Me hubiese dicho, pero déjeme ir a buscar porque acá no tengo. Pero le pido a mis compañeros y lo solucionamos ahora – interrumpí mirándolo a los ojos.

Su cara se transformó. En pocos segundos el oficial era otra persona. ¿Corrupto? Naaah, ni ahí…

  • Me malinterpretaste. Yo no quiero plata. Trabajo como vos… Solo necesito que me consigas tres entradas para mis hijos. Si querés zafar de esta, es la única que te queda. Ahora, te voy a llevar a la puerta de tu trabajo, voy a ver dónde entrás y voy a volver a buscarte en dos horas. Conseguime las entradas porque sino te venís conmigo…

Me llevó del brazo hasta mi lugar de trabajo. Me preguntó mi nombre. Se lo dí porque los nervios me jugaron una mala pasada. Le supliqué que no entre conmigo para no pasar vergüenza. ¿Qué iba a decir en el trabajo? ¿Me detuvieron por llevar porro? No creo que a mis jefes les hubiera gustado…

Me liberó bajo la promesa de que horas más tarde íbamos a encontrarnos para que yo le diera las tres entradas para sus hijos. ¡Qué iluso! Decidí ocultarme un largo rato hasta que las aguas se calmaran. Algunos compañeros me comentaron que el mismo oficial no les dejó pasar remedios como sertal y paracetamol asegurando que con eso se podía hacer un cóctel letal de drogas y que ya tenían marcado a un perejil de nuestro mismo trabajo que había entrado “sustancias ilegales”. Sí, era yo…

Pasaron las horas. No recuerdo en qué momento de la noche, y entre un tumulto de gente, lo ví al oficial caminar muy cerca de donde me había dejado por última vez. No sé si me buscaba a mí -supongo que si- pero me escondí entre compañeros de trabajo. Lo que podría haber sido una escena de una película de Los Bañeros Más Locos, era nada más y nada menos que mi vida real. Él relojeaba, buscaba esa cara familiar que horas atrás le había hecho una promesa. Yo me camuflaba entre vallas y personas para escaparle a esa promesa.

Fueron varios minutos de ir y venir. Él y yo. Aunque el tiempo parecía detenerse cada vez que lo miraba de lejos, él no lograba dar con mi paradero. Era prófugo. Un escapista. Un Houdini cualquiera. Creo que el volumen da la música, sus obligaciones y seguramente la frustración de no dar con su objetivo; lo terminaron de cansar. No sé cuántos minutos pasaron, pero de un momento a otro desapareció.

El camuflaje ya no era necesario. No necesitaba de distracciones ni trucos de magia para desaparecer. El oficial ya no estaba entre la gente. Ahora los que estaban del otro lado del vallado eran mis amigos. Me esperaban con una sonrisa, una cerveza comprada dentro del predio -claro, yo no pude entrar un Fernet para trabajar pero los mismos de siempre hacían sus negocios adentro vendiendo birra a 100 pesos- y un porro para poder bailar juntos The Weeknd. El infierno ahora estaba encantador…

2 Comments

  1. Chorch
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    A mi no me dejaron pasar el encendedor…

    -y los puchos?
    -esos pásalos
    -pero con que los prendo?
    -pedí fuego adentro
    -ah, osea que alguien ya paso fuego?
    -si, adentro hay
    -déjame pasar mi encendedor entonces
    -no, podes prender fuego un trapo
    -ah listo, re macanudo lo tuyo…. chau pa!

    La fiaca fue tener que pedir fuego; no pase el encendedor pero si un porro legendario dentro del bolsillo de la camisa que me lo fume viendo a Metallica!

  2. Juan
    Responder

    Después nos quejamos de cuando los cacheos fallan y dejan entrar “cualquier cosa”. Sabías que ibas a tener problemas si llevabas los cogollos a un lugar público. El policía fue un HDP coimero, pero dale, después nos quejamos de cuando no nos cachean. Si alguno pudo entrar faso, buenísimo (seguro hubo un montón, sí, y está perfecto), pero sabemos que en esos lugares no se debería.

    Fumátelo tranquilo en tu casa, y después no te quejes si te sacan de un lugar público por llevar DOS COGOLLOS. Lo del Fernet también es así, sabemos que el gran porcentaje de las ganancias de los festivales/recitales, son las bebidas y las comidas. Es como intentar entrar a un bar y tomarte tu propia birra. Evidentemente no te van a dejar.

    De ahí a que te detengan es otro extremo, seguro. Pero sabés qué se debería y qué no se debería hacer en lugares así.
    Saludos.

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