Por Anita Aliberti
Ilustración: Juani Mosquera
Quiero coger. Siento el llamado del cuerpo: ese aviso llano, sin rodeos. Pruebo con una paja. Me aburro. Pruebo con dos. Quiero escribirle al único chico que me gusta pero hace unos días respondió con un audio de 45’’ enumerando la cantidad de ocupaciones que iba a tener por estos días. Ok, entendí. Entrale al dildo, dice una amiga. No me gustan los consuelos. O sea, sé que es hacerse cargo de la sexualidad de una, pero también es como usar una tecnología para amansar esas ganas que vienen de adentro, de lo más profundo. Y las ganas no son de que se me introduzca un algo ahí, debajo del vientre, que aparezca algo que llene mi sexo. Quiero compartir un momento. Quiero sentir esos nervios pre-cita, elegir la bombacha, contarle a una amiga. Quiero vivir la sexualidad con todo el cuerpo. Quiero que suene de fondo una banda que me gusta. Quiero dudar del momento del beso. Quiero que pasen cosas que me hagan sentir ganas (o no) de seguirla en otro lado.
Quiero encontrar en ese otro cuerpo
con ese otro cuerpo
un punto común de placer
un puente de placer
un nido de placer que es una casa
Construir con el otro un refugio
donde quedarnos quietos nosotros y el mundo siga
quedarnos a vivir en ese polvo
que es una eternidad
que dura dos segundos.
Quiero ‘encontrar en ese otro cuerpo