Chico Cannabis: la buena suerte siempre llega!


Lee los primeros capítulos haciendo click acá:

Cap1.: En la búsqueda del trabajo perfecto

Cap.2: sobrevivir a thrashers, tijeras y desilusiones

Tengo que serles sincero: lo último que publiqué lo escribí hace unas semanas y la realidad es que los últimos días no terminaron siendo los mejores. Hay varias cosas que no les conté sobre lo que es trabajar en una granja de marihuana y que seguramente terminarían con la idealización que tanto ustedes como yo tuvimos al principio sobre lo que es el “sueño americano” en California. Pero antes de que se coman las uñas hasta el borde de los pellejos, cancelen sus reservas de avión a San Francisco o gasten sus ahorros en “otro tipo de viaje más placentero”; quiero dejarlos tranquilos asegurándoles que gracias al “dios cogollo” todo cambió en las últimas 72 horas…

Pero primero quiero empezar contándoles por lo que tuve que pasar para poder estar hoy escribiéndoles de nuevo desde mi computadora con una rica y fría cerveza en la mano esperando que sea la hora de juntarnos con mis compañeros de granja en la “fogata comunal” a terminar el día. Como les dije, esa primera tarde que entré a la carpa de los “trimmers” me había llevado la gran sorpresa de que toda la marihuana que teníamos que cortar estaba húmeda y por ende el trabajo iba a costar el doble y la ganancia iba a ser mucho menor.

Obviamente al principio me la comí y decidí trabajar sin chistar. La Mona había tenido la mejor intención y los granjeros que nos contrataron eran algo así como “buena onda” a diferencia de lo que había escuchado que podían ser los jefes por acá. Así que trabajé varios días incansables horas y llenando mis bolsillos más que nada de monedas con la cara del famoso Kennedy. Los verdes no aparecían por ningún lado, y para colmo el producto que cortábamos no servía ni para que nosotros lo fumaramos. Una verdadera pesadilla americana…

Todos los días nos levantábamos temprano –alrededor de las 7 u 8 de la mañana- a cortar grandes ramas con cogollos de los casi árboles de dos metros de marihuana que se distribuían a lo largo del jardín. A partir de ahí, y con varias ramas grandes seleccionadas, había que ser una especie de peluquero cannabico y recortar todas las hojas sobrantes de las flores para limpiar el producto lo más posible. ¿El problema? Mucha resina, humedad, pegote en los dedos, hojas molestas e interminables horas para sólo conseguir unos míseros cogollos…

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A La Mona no le preocupaba mucho esta situación e intentaba tranquilizarme asegurándome que las cosas, tarde o temprano, iban a mejorar. No sabía si creerle o no, pero algo en mi me decía que si quería que las cosas cambien tenía que ponerme los pantalones y hacerme cargo de la situación. Yo, sí yo, era el único que podía revertirla y terminar con este calvario.

Fue entonces que una fría noche -la amplitud térmica acá es muy grande porque estamos sobre montañas- tirado en la carpa decidí que mis días de cortar cogollos húmedos, de bañarme con agua fría y comer sobras refritadas habían terminado. Con esa idea retumbando en mi cabeza me puse el objetivo de salir a la mañana siguiente a recorrer otras granjas y lograr cambiar las monedas de mi amigo Kennedy por billetes aunque sea del desconocido Ulysses S. Grant -son los de 50 dólares.

Así fue que a las 7 de la mañana, cuando debería estar cortando cogollos húmedos, salí a patear la ruta y buscar un trabajo que me salve de ese “infierno” disfrazado en flores de cannabis. La Mona decidió quedarse, prefería la comodidad a ganar más dinero. Yo necesitaba combustible que rellenara de una vez por todas mi gran sueño de recorrer Estados Unidos en auto. Caminé varios minutos hasta que me topé con la entrada de una nueva granja que parecía ser todo lo que yo había buscado: casa grande -esta vez de country cheto de zona norte-, jardines bien arreglados y distribuidos en varias hectáreas de campo y una zona de camping con quincho y cocina en excelente estado. Era el paraíso de todo “trimmer” rebuscado como yo. De cualquier turista incipiente que planea hacerse millonario en poco tiempo.

Entré como si fuera mi propia casa, con mucha seguridad y decidido a encontrar trabajo ahí. No había nada ni nadie que fuera a detener mi afán de conseguir mi lugar en esa granja. Llegué a la carpa donde algunas personas le hacían la manicura a los cogollos y todas las miradas se dispararon hacia mí. Claro, no creo que muchos valientes se animaran a meterse de manera tan descarada en uno de estos campos sin pedir permiso. Pero yo ya estaba jugado. Más que jugado…

Saludé, pregunté con mi inglés primitivo si alguien podía decirme quién era el encargado de la granja, y una morocha apoyó su tijera en la bandeja azul donde juntaba los cogollos limpios y con mucha sutileza me señaló la cocina que estaba justo al lado de la carpa. Tomé coraje, el poco que me quedaba, y encaré a buscar a mi única y última esperanza: se llamaba Tony, era de Seattle pero todos los años bajaba a California para trabajar tres meses en la cosecha, juntaba plata y se volvía a su ciudad natal para seguir con su vida “tradicional” como el decía.

Tony era simpático por demás, “amante” de los argentinos y enamorado aún más de la belleza de nuestras chicas. No dudó por un segundo en darme una mano y ponerme a trabajar en una de las pocas sillas libres que había. Ahora sí, otra vez a ensuciarme con resina de cannabis. ¿La única diferencia? Esta vez el producto estaba seco de antemano, la manicura de las flores era mucho más fácil y los dólares poco a poco empezaban a “florecer”.

Aunque muchas veces depende de la suerte, en esta nueva etapa como “trimmer” la experiencia en la otra granja me hizo ser un poco más productivo y aprovechar los tiempos para lograr la mayor cantidad de producción. Poco a poco, y con el pasar de los días, fui transformándome en un experto logrando la esperada libra y con eso los tan ansiados 200 dólares diarios.

¿Ahora se estarán preguntando cuánto tiempo trabajo y si eso vale verdaderamente la pena? Me levanto a las 8 de la mañana y tiro casi sin parar hasta las 10 de la noche. Dependiendo el día, el producto y mi ánimo logro hacerle la “manicura” a casi una libra de cogollos por día y me hago los tan esperados 200 dólares. Algunas noches aprovecho y corto más temprano para irme al bar de Bill, el único que hay en el pueblo, y recordar anécdotas del día con algunos compañeros españoles e italianos que trabajan por acá. Las charlas se hacen eternas, el humo siempre acompaña y una rocola vieja le pone música a los encuentros. ¿La mejor parte? Los cayos de mis manos huelen a flores, a mis bolsillos les sobra plata para comprar cerveza y cada tanto tengo la suerte de darle unos besos a una “trimmer” italiana que también planea recorrer en auto el sur de Estados Unidos. ¿Nada mal no?

3 Comments

  1. ELO
    Responder

    Esta bueno, a pesar de que el tipo de redacción esta muy de moda y parece que todos los artículos están escritos por la misma persona, los datos que tiras y la experiencia siempre son bienvenidos.
    Espero mas.
    Saludos, hippie con osde.

  2. […] Cap. 3: la buena suerte siempre llega! […]

  3. Hola Elo!
    Quizás parece eso porque están escritos por la misma persona. Aún así, está bueno que te gusten y si querés leer el resto te dejamos el último capítulo: https://revistawacho.com/2016/10/31/chico-cannabis-consegui-lo-que-queria-ahora-te-tiro-la-posta/

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