Bután: ¿el reino de la felicidad absoluta?


Lo escuche por primera vez gracias a Bruno, un viajero empedernido que por esas cosas de la vida crucé en las costas australianas y que soñaba con alguna vez conocer el Reino de Bután. Pero claro, como él muy bien me anticipaba cada vez que hablábamos del tema, una visa carísima y políticas proteccionistas contra el turismo nos alejaban cada vez más de ese sueño imposible que era conocer el país donde vive el Rey Dragón. Fue así que la palabra Bután quedó deambulando en mi cabeza como un gran anhelo a visitar en algún momento de mi vida. Pero también luego de horas invertidas en Wikipedia, coloridos artículos de internet y documentales en YouTube empecé a entender por qué ese pequeño país tibetano ubicado entre China e India era conocido como “el país más feliz del mundo”.

En 1972, y tras varias y polémicas acusaciones sobre la pobreza en Bután, el Rey Dragón –así se lo llama al máximo mandatario del país- Jigme Singye Wangchuck decidió hacer un cambio radical en la política y economía de su Reino introduciendo el índice de Felicidad Nacional Bruta. Sí, algo como el PIB pero que mide el desarrollo interno de una sociedad en base a cuatro principios budistas: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.

Bhutanese dance group

Bután es quizás uno de los países más herméticos y desconocidos del planeta tierra. Con sus 38 mil Km cuadrados y 750 mil habitantes, el territorio que se expande en la meseta tibetana sufrió como muchos  países asiáticos la conquista por parte de gigantes europeos de su territorio y perdió, de esa manera, gran parte de su cultura original. Pero no fue hasta 1949 que el país pudo independizarse de Inglaterra y empezó a retomar los principios del budismo tibetano como principal concepto de vida.

La intención del Rey Dragón fue simple: el ser humano por esencia propia aspira a la felicidad, principio que se define en las sociedades desde el nacimiento de estas, y que para muchos podría ser alcanzado con la estabilidad económica. Pero no para el joven Jigme Singye Wangchuck, que cuando asumió el reinado tenía tan solo 16 años. No, para él el desarrollo de un país se debería medir con la felicidad de sus habitantes, pero esta no debería ser considerada por el poderío económico sino por el bienestar emocional y espiritual de su pueblo.

Es por eso que el Rey Dragón vivió preguntándose toda su vida: “¿Qué hace feliz a la gente de Bután?”. Su respuesta fue simple y fácil de conseguir. La gente disfrutaba compartiendo la vida con otras personas, siendo parte de la cultura de su país, educándose y conociendo los aspectos más fundamentales de la vida; así también como asegurándose una estabilidad que les permitiera no tener que preocuparse por la falta de alimento y vivienda entre otras cosas… De esta manera logró que la búsqueda de la felicidad se transformara en una política de estado.

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Pero, ¿de qué manera se determina y mide la felicidad en Bután? Cada dos años el estado realiza una encuesta de 180 preguntas con las cuales intenta saber qué opina y quiere el pueblo. Estas preguntas se agrupan en nueve categorías pensadas para conocerlos en profundidad:

  1. Bienestar psicológico. 2. Uso del tiempo. 3. Vitalidad de la comunidad. 4. Cultura.
  2. Salud. 6. Educación. 7. Diversidad medioambiental. 8. Nivel de vida. 9. Gobierno.

Según explica un lama tibetano conocido como Mynak Trulku, “Lo que medimos afecta a lo que hacemos. Si los índices únicamente miden cuánto se produce, tenderemos sólo a producir más”. Es por eso que en un país pequeño y en constante desarrollo, decidieron eliminar el interés por lo material y aspirar a una vida más espiritual: “La felicidad interior bruta se basa en dos principios budistas. Uno es que todas las criaturas vivas persiguen la felicidad. El budismo habla de una felicidad individual. En un plano nacional, corresponde al Gobierno crear un entorno que facilite a los ciudadanos individuales encontrar esa felicidad. El otro es el principio budista del camino intermedio”.

Seguramente Bután continuará su historia intentando ser “el país más feliz del mundo”. Mientras lucha contra las diferencias e injusticias de nuestro mundo, su Felicidad Nacional Bruta se expande dándonos el ejemplo de que aunque sea en un pequeño territorio entre los Himalayas la tierra gira para el lado contrario anhelando y enseñándonos que lo utópico es posible.
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