En las primeras décadas del siglo XX la idea de sueño americano se extendió por todo Estados Unidos cubriendo a todos sin contemplar raza, religión o condición social. Ni siquiera reparó en alguna diferencia psíquica o física.
¿Qué se entendía por esta quimera de sueño americano?
Una familia tipo con todas sus perfecciones insoportablemente iguales y completas. Un padre, con un buen trabajo que le alcance para los dos autos, para el buen vino cuando invite a su jefe y a su mujer a cenar y para el alimento de Buddy su adorable perro. Una madre con una sonrisa de propaganda de dentífrico, que hornea galletas con la pequeña Lily, y que de vez en cuando hace alguna changa como agente inmobiliaria de su barrio. No por necesidad, sino porque es la mejor haciéndolo. Es seductora, lo es desde sus días en la preparatoria cuando sedujo a su exitoso esposo. Un hijo mayor, Matt, o quizás Benjamin, amante del deporte y aspirante a capitán del equipo, que espera guante en mano que su padre llegue del trabajo para ir a lanzar unas pelotas al jardín trasero. La pequeña Lily, que hornea galletas, y es la luz de los ojos de Papi. Y claro, el ya nombrado Buddy, mejor amigo de todos, causa de inagotables carcajadas familiares “Buddy se metió en la bañera” “Buddy se robó una salchicha de la barbacoa” “Buddy le hizo pipi al Sr Morgan”.
Hasta acá todo bien, un ejemplo exagerado del ideal de familia de la época. Ahora, yo me pregunto ¿Qué pasaba con aquellos que no entraban en esa descripción, en ese selecto grupo de personas lindas y exitosas? ¿Dónde se escondían? ¿Con quienes se juntaban? ¿A qué olían?
Existían y existen una gran cantidad de personas que a pesar de vivir bajo el mismo cielo que la familia de Lily, el sol nunca llegó ni a entibiarlos. Estos viven a la sombra, y desde esa oscuridad fresca y escondida nos cuentan su mundo. Nos cuentan su versión del otro lado del sueño americano. Y gracias a ellos, a estos “freaks” agentes de la contracultura podemos conocer también la “pesadilla americana”.
No cabe duda de que una de las personas más representativas de la escoria que deja el sueño americano es Charles Bukowski. Ningún padre querría que su hija apareciera de la mano de este tipo lleno de verrugas y con los dientes sucios. Ninguna madre querría que su hijo se fuera de joda con un borracho, fumador y mujeriego como era el bueno de Carlos. Pero emborracharse y coger no era lo único que lo movilizaba. También escribía, o quizás, ponía en un papel todo lo que pensaba, lo que le pasaba y lo que le gustaba hacer. Si le gustaba el sexo, escribía sobre sexo, si le gustaba el whisky, escribía sobre el whisky, y si no le gustaba la sociedad americana, también escribía sobre esto. Y así fue, que escribiendo, terminó encajando donde nunca antes había podido encajar. Porque desde pibe se sintió diferente al resto, y fue su padre, a fuerza bruta, el primero que se lo hizo sentir. Desde esa primera infancia, violenta y solitaria, Bukowski decidió caminar por los submundos, por las calles degradadas, los lugares más oscuros y probablemente más sinceros de una sociedad de enormes caretas. La noche, la soledad que deja el alcohol, las esquinas más sucias de Los Ángeles, la sexualidad desenfrenada, los trabajos indeseados y todo lo que tenga que ver con los personajes olvidados de un mundo con fiebre capitalista. Todos estos temas contados desde un hiperrealismo sofocante. Un escritor que para muchos no era escritor. Un escritor que escribía como hablaba.
Sin embargo, el libro que más me gustó de Bukowski, y uno de los más increíbles que leí en mi vida, no cuenta sobre sus borracheras, ni sobre las incansables noches con mujeres o piñas callejeras. Un texto maravilloso que cuenta la desilusión que siente un niño inmerso en una vida que no solo le da la espalda sino que le escupe y lo golpea en la cara. Y como tiene que ir aprendiendo a sobrevivir en un mundo que siempre amenaza con tragárselo. Como hacerse de abajo para estar siempre abajo, pero sin que te noten, sin que te rompan las pelotas. La senda del perdedor como un camino irrevocable de una vida llena de desesperanza y humillación, y como transformar esa desilusión en excesos, cuentos y amores sombríos. Como convertir el dolor en palabras y quedar para siempre en la cultura. La senda del perdedor como un preámbulo a lo que vendría, como un espejo que le devuelve a una sociedad lo que ella no quiere ver. La infancia pobre de los olvidados, el desempleo galopante, y las adicciones como los caminos más fáciles para olvidar que también somos parte del mismo mundo que Lily y sus padres.
Porque muchas familias ideales del sueño americano quedaron en el camino, duraron lo que tardó en enfriarse el sol que los cubría, pero Bukowski en la oscuridad todavía hoy, nos sigue dando sombra.
Excelente filosofía. Queramos a Carlitos Bukowski y a quienes sigan la senda del perdedor.
Los conocí en el Festival Buenavibra del Konex y no pude evitar caer en los atractivos de Wacho. Bastante queribles.
Jodamos con las caretas del sueño americano y hagamos historia haciéndolo.
Muchas gracias por el comentario! Ojalá nos volvamos a encontrar!
Quien de Todos Nosotros en la más fantástica adolecencia No jugo a ser Bukowki ?? Decime que No!! Wacho!!