Por Stefania Karg
Los primeros rayos de sol encienden el reloj biológico. Son las siete de la mañana y los pájaros que se posan en el árbol de esa ventana se oyen eufóricos. En estos días más que nunca. El país solo funciona con unos pocos. Son órdenes del presidente.
Hoy, ella se levantó más temprano y comulga hacía los preparativos del mate para compartir en la cama con él. Creo que es el mandamiento primero de su unión. He visto esta escena cada día, religiosamente. Ella a él o él a ella.
Suena el vapor que expulsa la pava. Comienza el ritual.
Así pasarán parte de su mañana, con mates que disfrutan mirando el aparato portátil que ametralla noticias. Contemplan la radio, hipnotizados por su imaginación y por las palabras de ese predicador periodístico.
Entre mates, toman conciencia de que están en la edad crítica. Y eso me preocupa a mí también.
La rutina parece ser la de siempre, en la tranquilidad del hogar. Pero nacen nuevos interrogantes.
Se los ve con la mirada incierta, como si estuvieran haciendo cuentas mentales. El tic-tac de las agujas del reloj ambientan ese momento, ese mundo de pensamientos. Se preguntan por el turno médico que les cancelaron hasta nuevo aviso. Solo se atienden urgencias.
Se autocalman o reciben el consejo tranquilizante de sus hijos. Se convencen de que podrán estar por un tiempo sin las recomendaciones de su médico de cabecera.
Encontraron como pasatiempos rotar en la cocina. Ahora con más frecuencia. Almuerzos y cenas que esparcen en el ambiente, los aromas de cada condimento. Todo huele a comida de abuelos que añoran el corretear de sus nietos. Esperan paciente que vuelvan los domingos en familia. Yo también.
Esos dos abuelos no manejan computadoras, celulares, ni tarjetas de débito. Se pasan las horas entre noticias catastróficas, comidas y pensamientos silenciosos.
Ella volvió a marcar el número de todos sus nietos, hijos y hermanos por el teléfono de línea con cable anillado. Hoy es el turno de la casa de su hermana menor. Se preguntan cómo están. Charlan preocupadas pero distendidas al escucharse.
Me gusta que se distraiga.
Entre risas y preocupaciones, mi abuela pregunta:
-¿Qué es un meme?.
No se movilizó por la palabra ‘WhatsApp’, entiende que eso son ‘los mensajitos’. Del otro lado su hermana le explica que son chistes. A partir de eso le cuenta sobre el meme que recibió en su celular y ríen juntas entre el cableado telefónico.
Existe un distanciamiento previo entre generaciones. No surgió por el coronavirus sino por el avance tecnológico. Ahí es donde muchos quedaron afuera. Mis abuelos son un ejemplo.
Están lejos de querer comprender a un teléfono táctil. Hasta nos llegaron a decir que de tanto estar sumergidos en las pantallas nos volvíamos más tontos. Tal vez tengan razón, pero crecí en otro tiempo. Mis vínculos sociales crecieron o nacieron a través de un mensaje digital.
No van a dimensionar lo bien que nos portamos para tener nuestro primer celular. Crecimos y convivimos con el click instalado. Ellos desconfían de nuestra inmediatez. Ellos prefieren al ser humano que los atiende mostrador de por medio.
Este tema se profundizó porque se desconfiguraron las estructuras de la vida por un virus que nos encerró.
Dos veces en total salieron fuera de su casa. La primera vez fue él en busca de medicamentos y la segunda ella por comida al lugar más cercano. El mundo externo se volvió ajeno por la colaboración de hijos y jóvenes vecinos.
El aislamiento obligatorio prosigue y las nuevas reglamentaciones también. Entra en vigencia un permiso de circulación para los mayores de 70 años en Capital Federal. Dura 24 horas. Protegidos o excluidos del exterior deberán cumplirlo como el uso del tapabocas.
Las restricciones siguen, como el pago de la jubilación por una tarjeta de débito que no saben utilizar, pero tienen la suerte de que alguien más lo haga por ellos.
Otros, que no son mis abuelos, dependen de su propia movilidad para tener su dinero. Aguantando las experiencias de sus largos años, en una eterna cola de banco, entre el calor y el frío.
El tic-tac musicaliza los días. Se miran aburridos de sillón a sillón. Esperan que mágicamente aparezca algún estreno en la televisión que los saque un poco de la paranoia.
De repente suena el teléfono. Sobresaltada corre a atenderlo, como siempre. Su voz se ilumina al escucharme, enseguida promete que hará mi comida favorita cuando todo pase.
Mis abuelos, como muchos, quedaron dentro de sus casas, solitarios y con nuevas preguntas. Protegiendo su salud entre cuatro paredes. Pero quedaron afuera de un sistema que no tiene información acorde a su edad, en esta gran era digital. Quedaron out hasta del afuera.
Muy buena nota. Es bueno ponerse en la piel de los más protegidos y a la vez más descuidados.
Tan mis papás , o los abuelos de mis sobrinos , que siento que los veo en cada palabra escrita por Stefania.
Tan lindo. Tan real. Te felicito stefy
Hermoso!!!! Tan sensible que llore
Piel de gallina tus palabras , tan importantes para nosotros, inexplicable cuanto necesitamos sus comidas, abrazos, palabras y todo de ellos.
Gracias por plasmarlo con las palabras justas.
Hermoso como escribís
Muy linda nota!
Impecable. Algo que puede pasar en cualquier lugar, lo transformaste en un hermoso texto. ¡Felicitaciones, Stefanía!