“Disfrutá de tu última Coca. Ya no tenemos plata. A partir de hoy en esta casa somos pobres”.
“¿Qué pasó?”
“Nos agarró el corralito.”
Así mi viejo me explicaba hace 15 años una de las crisis económicas más terribles que atravesó nuestro país. Al principio no le creí, mi papá siempre exagera. Difícil de entender porque una palabra dicha en diminutivo frustraba de un día para el otro todas las aspiraciones y sueños de mi familia. Pero la televisión le daba la razón. Casi como si fuera una cadena nacional todos los programas hablaban de lo mismo.
La situación era peor de lo que me imaginaba, no solo mi familia, sino todos los argentinos pasamos a ser pobres.
Con mis amigos, intentábamos sumar algo de la información que cada uno había escuchado en su casa para lograr entender que mierda estaba pasando.
“¡No hay guita!” así nos lo resumió la mamá de un amigo.
Y si nosotros no teníamos guita, imagínate como estaban los que nunca la tuvieron.
“Saqueos”, nueva palabra para sumar al diccionario argentino. Todas las cámaras instaladas en las puertas de los supermercados esperando a que entren a llevarse todo.
¿Cómo olvidar las lágrimas del chino?
“¿Pa puedo ir a saquear?”
“Nosotros no saqueamos. Nosotros caceroleamos”.
Dicen que la unión hace a la fuerza y así fue.
Cacerolas+ saqueos+ rompamos todo = QUE SE VAYAN TODOS, QUE NO QUEDE NI UNO SOLO.
Lo logramos, se fue el presidente. El mismo que se había confundido el nombre de la mujer de Marcelo. “Un saludo para Laura”. Un presidente que no sabe el nombre de la mujer del cabezón, no merece ese puesto.
¿Y ahora que el helicóptero despegó, dejamos de ser pobres?
Tranquilo, para eso falta.
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