Por Nuria Álvarez
Lo peor del colegio era que te llamaran del Gabinete. Era sabido que siempre llamaban a quienes tenían el guardapolvo sucio.
A veces venían al aula dos mujeres. Una con pelo largo, oscuro y muy alta. La otra de pelo corto, rubio, sin cuello y papada. Las mujeres golpeaban la puerta y sin esperar respuesta de la maestra se asomaban por el umbral. Casi nunca entraban. Una de ellas se disculpaba y pedía permiso, mientras que la otra inspeccionaba con mirada atenta y penetrante buscando algún guardapolvo sucio. Nosotros ojeábamos con disimulo, de arriba-abajo, primero los puños, luego los bolsillos y por último el dobladillo.
Quienes eran llamados al Gabinete permanecían horas en ese aula que parecía colorida por fuera pero que imaginábamos oscura por dentro. Durante el recreo, pasábamos por su frente. A veces los más valientes se animaban a apoyar su oreja sobre la puerta, decían que nada se escuchaba del otro lado, sólo sus propias respiraciones golpear contra la madera vieja e hinchada. Era como si se hubieran tragado el sonido, decían.
Nuestros compañeros de guardapolvo sucio volvían al aula con la mirada al piso y en silencio, como si estuvieran en penitencia. Menos Juan. Su cara inmutable nos transmitía temor y respeto. Hacía rato que su guardapolvo había dejado de ser blanco; era de un tono más bien grisáceo, lleno de esas manchas que atraviesan y tiñen la tela para siempre. Sus manos, pegoteadas con los restos mal lavados de mermelada y mate cocido. Sus uñas, negras, negrísimas. Juan tenía la expresión de alguien que había visto demasiado para su edad o tal vez era como decía mi mamá, que “no tenía muchas luces”. ¿Tuvo Juan alguna vez todas sus luces? ¿Dónde las perdió?
Un día golpearon la puerta del aula. Sin esperar respuesta de la maestra, la puerta se abrió. Nuestras miradas pasaron rápido y temblorosas. De arriba-abajo, primero los puños, luego los bolsillos y por último el dobladillo. Esa vez solo estaba la mujer muy alta de pelo largo y oscuro. Sin reparar en nosotros, la mujer le preguntó a la maestra, con un tono de voz que parecía ser amable pero que a mí me hizo brotar esos bultitos que se ponen duros en los brazos, si podía llevarse a Juan “un ratito”. Nuestro compañero de guardapolvo sucio se levantó de la silla con su cara de nada y abandonó el aula tras la silueta fina y alargada de la mujer del Gabinete.
Ese fue el último día que vimos a Juan. Nunca más volvió. Algunos compañeros dicen que lo vieron andando en bicicleta. Otros, que lo vieron con su guardapolvo sucio caminando, posiblemente, a otra escuela; una escuela para chicos de guardapolvo sucio como él. Yo no sé si será así, pero me pregunto si aquel día en el Gabinete a Juan le sacaron todas sus luces.
El texto surgió en el Taller de Escritura Creativa de Revista Wacho.
No Comment