Intento no ser pesimista y que mi característico optimismo me invada. Pero me cuesta mucho. Leo noticias de hoy que parecen escritas ayer.
El miércoles a la noche a Yaco y a Pablo los re cagaron a palos simplemente por darse un beso. Tres desconocidos se sintieron con el derecho (¿o la obligación?) de tirarlos al piso y pegarles piñas y patadas hasta dejarlos sangrando.
A veces pienso que vivo en una realidad paralela.
¿Cómo puede ser que a alguien le moleste tanto un beso? Si, ¿UN BESO?
Lo triste es que no es un hecho aislado. No es que Yaco y Pablo tuvieron la mala suerte de besarse enfrente de los únicos tres tipos que piensan que a cualquiera le pueden pegar. En los primeros seis meses del año se registraron 69 crímenes de odio contra personas por su identidad sexual. El 49% de los casos fue en la vía pública y el 46% terminaron con la vida de la víctima.
Que triste pensar que Yaco y Pablo fueron afortunados.
Evidentemente, todavía hay una gran parte de nuestra sociedad que cree que el amor y la libertad son derechos exclusivos para unos pocos.
La piña que le dieron a los chicos me duele. Siento los moretones en cada parte de mi cuerpo. Aunque ese puño cerrado ni siquiera me rozó, fue lo suficientemente fuerte como para dejarnos moretones a un montón.
Pero dolor no es terror. Si lo que les molesta son los besos, entonces vamos a darnos mil besos.
Escribo esto conteniendo las lágrimas. Intento pensar como hacer para que estas cosas dejen de pasar, pero ninguna gran idea se me cae.
Me parece tan obvio que a una persona se la tiene que respetar. ¿Cómo se explica algo tan básico?
Desde que escribí esa última línea hasta ahora pasaron 40 minutos. Realmente no sé cómo hacerlo.
Pasaron 30 minutos más. Me rindo. Quizás vos me ayudes a encontrar una solución.
Mientras tanto, este corto y simple texto solo va a servir para poner en palabras lo que no me sale con las lágrimas.
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