El virus al desnudo: cuarentena trans


Como con una cebolla, cada capa de esta historia deja al descubierto una situación escondida que te hace llorar. Nosotros solo vemos su cáscara marrón, oxidada por la tierra, pero abajo se esconde lo más vulnerable, que es casi transparente para el ojo promedio.

Cuando se decretó la cuarentena y esta locura empezó, mi Instagram se llenó de dos cosas: videos de gente pateando papel higiénico y campañas de organizaciones denunciando el desalojo de mujeres trans.

Sí, así de diversa es mi red social.

A mis amigos que compartían sobre los desalojos, les pregunté qué era lo que estaba pasando. No entendía porque durante la cuarentena se multiplicaban estas denuncias que no llegaban a los noticieros, que, en cambio, se entretenían con los gambeteadores de Higienol.

Una de las publicaciones mostraba una encuesta de la Federación de Inquilinos Nacional (FIN) que decía que 6 de cada 10 personas no iba a poder pagar el alquiler durante mayo y que si solo se tomaba a las personas trans la relación aumentaba a 9 sobre 10, es decir, el 90%.

Mis amigos que compartían esto no supieron explicarme bien los motivos, todos lo difundían para amplificar la información, pero sin entender bien qué pasaba realmente.

Por un contacto de un contacto de un contacto llegué a hablar con Luciana Viera, docente del Bachillerato Popular Mocha Celis, una de las únicas secundarias públicas y gratuitas para personas trans y travestis del mundo. Ella, junto al resto de las personas que integran el Mocha, coordina el Teje Solidario, una campaña para recaudar comida, ropa e insumos para mujeres travestis que en el último tiempo quedaron en la calle.

Luciana me explicó que desde que se decretó la cuarentena, casi la totalidad de las mujeres trans quedó sin trabajo ya que la gran mayoría se dedica a la prostitución, por lo tanto, dejaron de percibir ingresos para pagar los alquileres de los lugares donde viven, quedando expuestas a la discrecionalidad de los dueños.

Me acuerdo que cuando era chico pensaba que travesti y prostituta eran sinónimos. En esa época vivía a una cuadra de la Facultad de Medicina de la UBA, un barrio que hasta los dos mil y pico funcionó como una zona roja en los límites de Recoleta. Cuando los fines de semana volvía de noche con mi familia  de algún lugar, las veía a través de la ventana del auto paradas a oscuras en las esquinas.  

A la mañana siguiente desaparecían, ninguna atendía los kioscos, bares, peluquerías o gimnasios del barrio. Tampoco salían con un guardapolvo blanco por alguna de las puertas inmensas que tiene la universidad.

Cuando Luciana me explicó lo obvio (sin plata no hay forma de pagar una habitación) también me alertó que eso que de chico asumí como normal en realidad no lo es. Es decir, si es cierto que la gran mayoría de las mujeres trans son prostitutas, pero no siempre es por elección, a la inmensa mayoría no le queda otra opción.

Según la única encuesta del INDEC sobre la población trans argentina (año 2012, sí hace ocho años), el 85% de las mujeres trans ejercen o ejercieron la prostitución y el 15% restante solo accede a trabajos mal pagos o en pésimas condiciones.

Escribo esto y me acuerdo de algo que leí en mi adolescencia cuando en la tele daban Los Roldán. Para los poco memoriosos: era una novela del 2004 sobre una familia bien argenta y popular conformada por Tito Roldán, sus tres hijos y su hermana Laisa, interpretada por Flor de la V. Una nota del diario La Nación analizaba el éxito de la novela y se preguntaba si esto significaba que la sociedad argentina ahora aceptaba a las travestis. Sacando su propia conclusión el autor o la autora (no me acuerdo quién la escribió) decía que, aunque la gente había vencido el tabú de ver travestis en una comedia familiar, era poco probable que quisiera contratarlas para, por ejemplo, ser niñeras de sus hijos.

Dieciséis años después, eso es lo que todavía pasa. Casi nadie se anima a darles un rol distinto que no sea entretenimiento o prostitución.

Para los hombres trans la situación es similar. De todos los chicos y chicas que entrevisté para hacer esta nota, solo uno me dijo que tiene un empleo formal: es mozo en un restaurant. De todas formas, no está pudiendo trabajar y desde hace dos meses cobra la mitad de su sueldo.

Existen organizaciones que buscan capacitar en distintos oficios que tienen alta demanda y poca oferta de trabajadores. Trans Sistemas, por ejemplo, da talleres gratuitos de computación, programación y sistemas con el objetivo de logran inserción laboral en un área clave.

Pese a todos los esfuerzos, para la mayoría sigue siendo imposible conseguir trabajo por todos los prejuicios que persisten en el mundo laboral.

Comprobar esto es tan fácil como pensar: ¿Con cuántas personas trans laburaste? ¿Cuántos amigos tuyos lo hicieron? ¿Cuántos de los proveedores de tu laburo tienen a alguien trans en su planta?

Probablemente te pase como a mí y la respuesta sea cero.

Aunque nuestro país tiene una legislación avanzada que le garantiza a las personas trans igualdad ante la ley, lamentablemente esto no se traduce en igualdad ante la vida.

La informalidad laboral significa menos derechos: no existen las vacaciones pagas, el aguinaldo es solo un deseo y los aportes jubilatorios un triste sueño.

Mientras que otras personas discriminadas reciben la contención de su familia, para la gran mayoría de las personas trans esto no pasa. Son infinidad los chicos y chicas que al asumir su identidad son expulsados y expulsadas de sus casas. Incluso, a veces, tienen que dejar su barrio, su pueblo o su ciudad.

Desde distintas organizaciones como Trans Argentinx, están acompañando a jóvenes que por la cuarentena quedaron encerrados con familiares que no respetan su identidad y ejercen violencia contra ellos.  

La escuela tampoco es un refugio. No solo reciben hostigamiento de sus compañeros, sino también de profesores y directivos. Toda esta discriminación que sufren durante la infancia es una motivación para abandonar los estudios. Según el censo del INDEC (que repito se hizo en el 2012) el 64% solo cursó el primario y el 20% terminó el secundario.

Para enfrentar y contener esta situación, en el año 2011 nació el Mocha Celis, donde cada año le dan clases a más de 100 alumnas (casi todas trans) y egresan 30 personas.

Son una cooperativa que se sustenta con donaciones, eventos y sus propios trabajadores. Surgió de la iniciativa de Francisco Quiñones Cuartas y Agustín Fuch, dos de esas tantas personas que desde el anonimato buscan cambiar la realidad que les duele.

Aunque consiguieron que los ministerios de educación de la Nación y Ciudad les reconozcan a los egresados un título oficial, a diferencia de lo que hace con otros establecimientos educativos, el Gobierno de la Ciudad solo les da plata para pagar 13 sueldos entre administrativos y docentes, la mitad de la planta permanente.

Son esas cosas imposibles de entender. Un lugar que es clave para la inserción de personas marginadas, en vez de contar con todo el apoyo del Estado, recibe las migas que sobran y deja su supervivencia pendiendo de un hilo.

Sin acceso a la educación, al trabajo y a la vivienda digna, uno esperaría que exista al menos un lugar en esta sociedad que no les de la espalda.

¿Será el sistema de salud? Obvio que no. La encuesta del INDEC reveló que el 80% de las trans no tiene acceso a una obra social, prepaga o plan estatal.

Aunque la Ley de identidad de género establece que el sistema público de salud, las obras sociales y las empresas de medicina prepaga tienen que garantizar el derecho a los tratamientos de hormonización y los procedimientos quirúrgicos totales o parciales de afirmación de género, el 49% de las personas encuestadas dijo que sufrió discriminación en un centro de salud.

Esto hace que una gran parte desista de ir a un hospital y termine yendo a centros clandestinos que ponen en riesgo su vida.

Y como con el resto de las cosas, el coronavirus también empeora esta situación. Desde que se decretó la pandemia, varias organizaciones denuncian faltantes de hormonas, insumos de testosterona inyectable y en gel, obligando a que muchos y muchas tengan que interrumpir sus tratamientos.

El combo de viviendas precarias, falta de acceso a la salud y a la educación, violencia, trabajos informales y exposición a enfermedades desencadena en el peor final.

Aunque la esperanza de vida en Argentina es de 76 años, para las trans es solamente de 35. Es decir que, si pasa los 40 es una sobreviviente y si alcanza la vejez es un milagro.

Estoy por terminar la nota y me llega un mensaje de Coral. Me pregunta si ya la publiqué, está ansiosa por leer. Ella es una de las personas con las que hablé para escribir este artículo.

Coral tiene 32 años, mi edad. Llegó de Perú hace siete, no se llamaba así y tampoco tenía el cuerpo que tiene hoy. 

Lleva más de 80 días sin salir a la calle, se está quemando los pocos ahorros que tiene. Vive gracias a la solidaridad de las siete chicas con las que comparte habitación en el Hotel Torino de Constitución.

Sabe que aunque la cuarentena llegue a su fin, ella va a seguir sin tener un trabajo formal. No le va a quedar otra opción que salir a la calle exponiéndose al coronavirus y al hostigamiento policial.

Me cuesta pensar que mientras mis amigos y yo estamos promediando nuestra esperanza de vida, ella quizás esté en sus últimos años.

Muchos dicen que tras la pandemia el mundo está cambiando, dudo que esto sea así para Coral. Porque lamentablemente el virus del prejuicio no se va extinguir con una vacuna.

2 Comments

  1. Alicia Aquino
    Responder

    Perdón por mi ignorancia,,,pero no entiendo muy bien cual es la diferencia entre una persona trans y una persona gay….porque entiendo que las personas gay tienen mucha más incersión en lo social y laboral que años atrás, mucha gente trabaja con gays y no pasa nada , por eso es que no entiendo pr qué se discrimina tanto a las trans..me gustaría saber la diferencia, gracias

    • Anahí leyenda
      Responder

      Las personas gays están comidas con su cuerpo. Solo que tienen relaciones de pareja con personas de su mismo sexo. Algunas lo hacen público en su lugar de estudio o trabajo y otras no. Ahora hay mayor apertura. Las personas trans no se sienten cómodas con su género biológico y tienen que recurrir a operaciones y tratamientos para modificar su cuerpo acordé a sus sentimientos. Eso hace que sea más evidente para la sociedad y los expone a la discriminación. Entre otras mil cosas más.

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