Tenía una semana para besar a alguien y hace diez años que estoy en pareja y por el momento pertenezco al club de la monogamia. Me puse tres opciones. La primera podría ser besar a algún ser querido en la mejilla, la cabeza o incluso la mano. Se me pasó, casi como un rayo, la idea de besar a mi mamá. No recuerdo la última vez que le di un beso, pero preferí no pasar por ese momento tenso y a la vez deshonesto. Tampoco quería besar a un amigo y terminar diciéndole que era para una tarea de un taller que estoy haciendo y que bueno, que me dijeron que tenía que besar a alguien y yo pensé que quizás podía aprovechar a darte un buen beso en esa barba pedorra que te cuelga. No. Entonces pasé a la segunda opción.
Bajo el marco teórico de la responsabilidad de la tarea asignada, no habría inconveniente en darle un beso en la boca a otra persona, en lo posible, una mujer. Me pidieron eso y yo tengo que hacerlo. Yo quiero hacerlo. Listo, lo decidí, le voy a dar un beso con lengua a una piba. ¿Qué tengo que hacer? ¿Mendigar alguno por la calle? ¿Irme a dos horas de mi casa y bajarme Tinder? ¿Meterme en algún bar de un barrio alejado y “chamuyar”? Me da pánico. Tengo los engranajes oxidados, creo que estoy un poco en blanco y negro. Además, me cuesta desentenderme. Hay una probabilidad grande de que empiece una charla, que me cope, que tenga ganas de seguirla otro día, que crea enamorarme por un rato, que la siga en Instagram y le reaccione cada dos o tres días, que la idealice y me desenfoque. No puedo hacer tambalear la supuesta calma que tanto me costó encontrar en mi vida. No tengo suficiente guita para regalarle al psicoanálisis. Quedará para otro momento, el deseo es indestructible.
Bueno, no queda otra. Voy a besar a mi mujer. En realidad, suelo besarla a diario. Lo que tengo que hacer es elegir entre los diferentes besos, o si me animo, inaugurar uno nuevo. ¿Cuál puede ser? ¿Uno mientras garchamos? ¿Uno previo?¿Uno de lengua fuerte en un espacio público? ¿Un piquito impostado de buenos días? Sospecharía. Me diría que la estoy usando, que se acabó el romanticismo (si es que lo hubo alguna vez), yo me pondría a la defensiva, le comentaría de la segunda opción, la de ir a besar a otra, ella me diría que vaya y lo haga, yo daría un portazo, me iría hasta al chino y volvería a la media hora y con las manos vacías. En el aire quedaría flotando lo no dicho y al final ni siquiera habré podido dar ni un miserable beso. Mejor vamos con los conocidos.
No hubo muchos. Algunos en la cama con la tele prendida, con diferentes intenciones. La boca caliente, conocida, que de vez en cuando sigue prendiendo fuego los cuerpos. La boca fría y áspera, como un azulejo grumoso y partido por la humedad de años. Los besos a la pasada, el toco y me voy de los labios que se cruzan en la cocina o en la puerta del baño con pasta de dientes en una comisura. El beso que te tienta cuando la ves sentada en el sillón concentrada en algo del laburo o en algún libro que le recomendaste. El beso premio por haber hecho algo útil, descolgar la ropa, regar apenas una suculenta o comprar un chocolate para el postre. El beso obligado cuando uno se va, ese que das por las dudas de que algo pase. El beso de vuelta confirmando que todo lo que pasa afuera es un lapso entre dos besos cortos de entrecasa. Todos esos, creo que di en esta semana. Y uno más. Uno que podría denominar como nuevo. Un beso de despedida.
El sábado a las cuatro de la mañana, mientras yo dormía, sentí la boca de ella sobre la mía. Abrí los ojos y estaba parada, vestida y con los ojos hinchados por la despertada. Se acercó sigilosa, como si quisiera impregnarme ese beso en algún sueño, pero yo que duermo liviano, levanté apenas el cuello y le emboqué de lleno a su boca. Segundos después entré de vuelta en la ensoñación.
Horas más tarde volvía a abrir los ojos. Estaba solo. Tenía un poco de resaca, que más tenía que ver con lo poco que había dormido que con las cervezas de la noche anterior. La garganta me raspaba y una pasta densa se acomodaba en mi lengua y el paladar. Sin embargo, tenía los labios un poco más frescos, más vivos. Llevaba encima un beso de despedida, de madrugada, de sueño y vigilia. Todavía lo llevo conmigo.
No Comment