En mi mesa de luz hay un vaso con agua de hace cuatro días, una remera abollada contra un rincón, un separador de libro, a veces dos, pero rara vez hay un libro. También está uno de los controles remotos de la tele, no el de Netflix que suele estar perdido entre las sábanas. Cajas vacías de Vauquita se acumulan en mi mesa de luz. No tengo mucho más. Ni siquiera podría decir que lo que tengo es una mesa de luz. Es más bien una tabla negra que se apoya y baila sobre cuatro tubos. Me la dio un amigo. La iba a tirar. Antes de esto, dejaba todo en el piso, a un costado de la cama.
Ayer usé una remera manchada con pasta de dientes y la misma bermuda que hoy. Es un síntoma de que casi no me queda ropa limpia y de que tengo una traba con el uso del lavarropas. Una especie de nostalgia con las manchas que acarreo, como si el jabón y el detergente me quitaran algo esencial de mí.
Yo soy esto, che, soy la suciedad, quereme así, con caca y todo. Soy la tierra en mis manos, la mugre en las uñas, un cúmulo de polvo de asfalto y la humedad que se nos pega entre los pliegues de la piel. Una gota de chivo cayendo por la mejilla, buscando su lugar entre los pelos de la barba.
Si un mutante entrara por la ventana de mi cuarto y me viera, seguiría siendo un mutante. No se mezclaría con esta podredumbre humana, con esta roña de siglos acumulada en nuestro cuerpo y nuestras vísceras.
Hice una lista con algunos de mis defectos: soy orgulloso, malhumorado, extremadamente ansioso, propenso al alcoholismo y a otros ismos que en cantidad me sobrepasan y me generan más ansiedad. Y también pánico. Me paraliza decir lo que pienso (por eso escribo) y me guardo las cosas, y así crecen y forman pequeños tumores llenos de rencor que tengo que cagar para no explotar. Se me quema el culo.
Si fuese un género musical sería un bolero porque llevo pegado en mí, la nostalgia y el ritmo, porque soy un recuerdo que no para de moverse.
Si fuese una marca en la piel sería una frutilla en el medio de la rodilla, porque la ansiedad le gana a mi razón, y choco una y mil veces con los mismos bordes puntiagudos.
En definitiva, soy un cuerpo hecho de nostalgia, que muchas veces prefiere seguir sucio porque no se banca estar limpio.
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