Por Ani González
Ficticia y apremiada Rita apuró el piñón, con fuerza de vikinga embravecida, los metatarsianos empujaban a cada lado un pedal. Atravesando el viento y desafiando el tiempo de un plan que no presagió. Rita se convencía, sonrojada (por esa vergüenza íntima del auto embuste) de otro plan…”Desafiar los límites de las nuevas llantas de la inglesa”.
Ay Ay Ay…Nosotres y esa costumbre cotidiana de andar reprimiendo el deseo, como cada vez que decimos No y es Sí y todos esos otros Sí que fueron un No, claro y rotundo. Por no sufrir, por miedo, pero casi siempre por la mirada del otre, inquisidora, demandante y metiche. Y si ese otre, no tiene esa mirada sobre mí? No importa, reprimo igual, por las dudas, por el hábito convincente de que la cultura “correcta”es la del mandato y la represión. La “Cultura Represora”, esa, la de Alfredo Grande.
– Llegué flotando en aire envuelto de caucho de pura cepa!- Aseveró Rita, como si Pipo reclamará explicaciones o necesitara verla engordando excusas.
Un ronroneo de cuatro patas y una respiración agitada de dos, cruzaban la cocinita azulejada con motivos florales de los 60. Rita nunca quiso cambiarlos en la remodelación, los asociaba con esa sensación calentita en el pecho de cuando su mamá le daba ese pancito embebido en tuco para probar.
– Comé todo que en un rato nos vemos! – Gritó Rita a Pipo, como quién vive sola y entiende que su mascota es verdadero cónyuge y compañero de conversaciones, llantos, quejas, carcajadas y puteadas por igual, sin esperar respuesta. En fin, quien lo vivió lo sabe y quién no pregunte y verá. La convivencia puede darse entre muches seres.
Con el mismo apremio del principio pero mas sudorosa, embocó la campera de jean en la bocha derecha del perchero de pié que se quejó tambaleándose de un lado a otro hasta volver al eje.
La primera fue la camisa roja, dos botones fuera del ojal para que pase la cabeza y al piso, cayó casi al unísono de la mini floreada, las zapatillas que no necesitan mas que un gesto de coordinación y cooperación mutua de punta con talón opuesto para descalzarse.
– Por fin en casa! – rezaba un pensamiento en su cabeza. Desnuda de la tanga para arriba y para abajo, boca arriba, a oscuras, en silencio y curiosa empezó a caminar con los dedos por abajo del algodón negro. Retrocediendo 30 minutos en el tiempo, y recordando la sonrisa y la forma que tenía de mirarla Julián, cada vez que ella se alejaba pedaleando desde la puerta de la bicicletería hasta la esquina, le alcanzaba para lograr la humedad requerida para el evento. Aunque se masturbaba en otras ocasiones, cuando volvía de la bicicletería, trataba de prolongarlo. Rita jugó largos minutos entre el clítoris y los labios, muy lento, imaginando de cuántas formas podía mezclársele Juli en el cuerpo, pensaba en todas las opciones. Ahí en ese espacio estaba libre con ella, con él y sus ideas.
De golpe Pum! explotó, dejó fluirse entre sus dedos y ya sin tanga (para disfrutarse a pleno) se agitó y recuperó el aliento y la risa al ver justo enfrente a Pipo inmóvil, él la observaba, como respetando el ritual que acababa de acabar, sin demanda ni exigencia. A ella siempre le pareció graciosa la situación casi rítmica en que esto sucedía cada vez, lagró una carcajada, silenciosa y cómplice.
Un poco Julián y un poco el asiento de la bici con su bendita y endiablada fricción.
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