Los hostels y yo – breve crónica del desencanto


Son las cuatro de la mañana en un hostel de mierda en Ciudad del Cabo. Tengo casi treinta años y me pregunto por qué creí que todavía estaba en condiciones de compartir mi habitación con extraños.

Estoy sentada en el bar del hostel, atendido por el ex gerente de una multinacional que decidió castigarse en este antro lleno de mochileros entusiasmados. Me rodean un par de locales y algunos extranjeros. Juntan dinero para comprar porro mientras debaten de política con la chatura de quien no está dispuesto a hacer nada para evitar lo terrible. Tal vez exagero porque me enoja lo que escucho. Supongo que estoy vieja o soy muy jodida.

Cuatro y cuarto de la mañana en Ciudad del Cabo y me cago de frío. Si todavía alguien no se enteró de que en África hacen temperaturas heladas entonces es momento de que le avisen. No fue mi mejor día ni tampoco mi mejor semana. La española que se sienta en frente de mí me ofrece algo por fin en castellano, “más fuerte que la marihuana pero menos que la coca”. Le digo que no, que no tomo, y me mira con cara de que algo malo me debe andar pasando.

Entre varias conversaciones intrascendentes, una francesa que ya no entiende nada hace una pregunta que todos escuchan porque las demás voces coordinan una pausa accidental: ¨¿existe un plural para la palabra “dignidad”?¨, pregunta en inglés. El pensamiento es tan profundo que me apuro a anotarlo en mi celular con la certeza de que algún día voy a usarlo para escribir algo pretencioso. No voy a citarla, pienso, y me da un poco de culpa pero desaparece rápido.

Termino el cigarrillo y salgo del balcón, el frío empieza a congelarme los dedos. Adentro, cuatro chicos juegan beerpong. Pienso que eso me divertía hace algunos años pero ahora ya no siento la necesidad de pretender que me gusta la cerveza o me divierte embocar pelotitas de ping pong en vasos de plástico. Soy una ortiva y no estoy orgullosa de serlo, pero la honestidad me hace sentir poderosa. Bajo la mirada para que no me inviten a jugar y me siento en una butaca en la barra. Estar sola en un bar lleno de gente hambrienta por socializar es una cuestión sensible.

En un movimiento arriesgado, recorro el lugar con la mirada deteniéndome brevemente en cada una de las personas ahí paradas. Todos parecen estar pasándola bien, enfrascados en conversaciones ruidosas, tomando birra de un embudo con forma de teta, embocando la pelotita de ping pong en el último vaso. Chocando los cinco. De repente, tengo la certeza de que no quiero saber nada más de esas personas, de que sus vidas y la mía no tienen que cruzarse en lo absoluto. Por lo menos no ahora ni así. Nuestro único vínculo consiste en no poder afrontar un gasto mayor al de una habitación mixta de ocho camas con baño compartido, ahí comienza y concluye nuestra cofradía ocasional.

Pido una cerveza para que mi soledad sea menos vistosa. En la hora que sigue unas tres personas se acercan a hablarme y me recriminan estar sentada sola sin hablar con nadie. Tienen buenas intenciones pero son demasiado intensas. Ojalá pudiese pagar una habitación privada en un hotel normal, pienso. Sonrío por complacencia cuando me hablan y cada vez que lo hago siento que muero un poco. Hubo un tiempo en el que lo más importante para mí era trabar amistad con extraños de tierras lejanas, formar vínculos inesperados, recolectar historias y ser aceptada por personas ajenas a todo lo que conocía. Hubo un tiempo en el que todo eso era verdad.

Ahora, no puedo evitar sentirme invadida e irritada cuando alguien se me acerca a reclamar simpatía. No puedo evitar sentir pereza cuando se desencadena la clásica conversación: país, idioma, tiempo de estadía, motivo de la visita, países que conoce. Superficial, vano, rutinario. Me aburro y me vuelvo impaciente porque no me desafía más, es chato y un poquito mentiroso. Es comercial,  promedio y hasta adivinable. O debo ser yo, que estoy vieja o soy muy jodida.

3 Comments

  1. Niko
    Responder

    Excelente! Los hostels son un todo un mundo, y casi siempre lo contrario a nuestras expectativas.
    Saludos!!!

  2. Agustina
    Responder

    Excelente clap clap

  3. Alicia Aquino
    Responder

    Hay un tiempo para cada cosa, no sos más jodida que la media, sólo es que estás más *vieja* , los 30 son maravillosos !!,

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